Duele. “Roma”, la más reciente cinta del mexicano Alfonso Cuarón duele. Y mucho. Duele darse cuenta que, aunque de forma inocente e ínfima, participamos de una moderna esclavitud. Pero no es el dolor lo que interesa a Cuarón. Es el Ser. Con esa maravillosa disposición para la resiliencia y la compasión. Por ello ha logrado entregar una obra maestra que equilibra el dolor presente en cada vida, con primorosa nostalgia por tiempos aparentemente ya idos.

Cuarón es uno de los que revitalizaron la escena del cine mexicano en la década de los Noventa; irrumpe en ese año con la comedia sobre venganza, suicidio y sida, “Solo con tu pareja” Hollywood le importó para dirigir una de las fábulas más bellas del cine contemporáneo, “La Princesita (1995)” Ya todos conocemos su meteórico ascenso como uno de los directores más influyentes del planeta. Incluyendo la dirección de un capítulo de la saga de Harry Potter, el Oscar por “Gravity” y dos películas seminales más. En el cine latinoamericano, “Y Tu Mamá también (2001)” y en el género de ciencia ficción, “Children of men (2006).”

“Roma” es una reflexión del México de inicios de los Setenta; del pueblo y sus venas abiertas. En especial las del corazón. De la imaginación ingenua de los niños y los sueños de toda una Latinoamérica. De sus convulsiones y revoluciones. De las calles y casas de la colonia Roma del distrito federal; de cada uno de los ciudadanos que componen un pueblo. Con narrativa visual pura y una voz universal en cada detalle particular del México que nos retrata, Alfonso Cuarón, ingresa a ese Olimpo exclusivo de titanes: Ingmar Bergman, Federico Fellini, Robert Bresson, Andrei Tarkovsky, Luis Buñuel, Akira Kurosawa, Satyajit Ray, Jean-Luc Godard y Francois Truffaut.

Distribuida afortunada o lamentablemente por Netflix (en El Salvador difícilmente llegará a verse como debe ser, en la gran pantalla), Cuarón pinta los recuerdos de su infancia en una hermosa canva en blanco y negro (¡Todo autor contemporáneo que se precie de tal debe tener una en su filmografía!). El personaje central no es el alter ego del propio director; más bien los niños terminan siendo un personaje colectivo en representación de algo mayor, que es la infancia. Por el contrario, en un golpe de genialidad -como todo buen cuentacuentos- su protagonista es una persona entrañable que debió ser muy importante en su vida como para rendirle tal homenaje: La muchacha del servicio doméstico; un ama de llaves del subdesarrollo. Cleo, un guiño –uno de los muchos que se verán a lo largo de la película- de Cuarón a la cinta de Agnes Varda de 1962, “Cleo de 5 a 7”.

La historia arranca con seis minutos y medio de Cleo en la faena diaria de limpieza de la casa de sus patrones; ardua y monótona. Seis minutos que conforman un díptico de largos planos (recurso estilístico utilizado en “Roma” y que se agradece en estos tiempos de películas construidas como si fueran videoclips) que muestran esa insoportable pesadez de una tarea en la que a la vuelta de la muerte diaria del sol, Cleo no es más que un Sísifo moderno condenado a tareas que nunca terminarán. Un inicio tan poderoso como crudo. Premonitorio; sincrético. Pero para entender y apreciar mejor esta película, también es necesario que el espectador muestre la férrea disciplina de ir más allá del tema de la explotación laboral, o la etnia. El comentario no debe quedarse ahí. Debe ser más. No hacerlo es, en cierta forma, ejercer una velada forma de racismo; es ser también muy injusto con el excelso trabajo logrado por este director.

Por poco más de un siglo, Hollywood ha venido etiquetando a las actrices latinoamericanas, escribiendo para ellas casi únicamente personajes de sirvientas. Superficiales; unidimensionales. Hoy Cuarón por fin escribe un personaje de muchacha de profundo humanismo, interpretado exquisitamente por Yalitza Aparicio. La revelación del momento. El manejo preciso de cada emoción en momento oportuno. Impresionante para una actriz cuya primera película es esta. Su mirada, casi evocadora de la profunda tristeza y decepción de la humanidad; el brillo de ilusión. El dolor e incertidumbre. El horror. La esperanza.

Cleo es el elemento activo de la película. La sal como símbolo de fertilidad y purificación. Cuarón sabe colocar la información visual vital para que, con ojo de águila, conozcamos todo lo que hay que saber sobre ella. Su estado anímico; sus pesares y sus sueños. Todo está ahí. La mayor riqueza narrativa de la “Roma” de Cuarón está en las historias que cuenta en el fondo y en cada rincón de cada encuadre. La dinámica con la familia para la cual trabaja ella; la historia de cada uno de los habitantes de la casa. De cada uno de ellos.

La parte íntima de la casa es bizantina. Como la familia misma. Cleo es quien lleva el orden al caos de cada habitación. ¿Mi favorita? La secuencia de los niños jugando en el rancho donde la familia ha huido. Todos juegan a vaqueros. Y solo un niño es astronauta. Cuarón. Yo. Cualquiera. Es un símbolo. Nos dice que ese, es un planeta aparte. Distante.

La primera imagen que Cuarón sostiene por poco más de cuatro minutos– la ahora clásica instantánea- es la de un piso de ladrillo de cemento que es lavado por Cleo fuera de encuadre. El agua es un ir y venir de jabón y espuma. Movimiento y sueños en los incluso cabe hasta el reflejo de un avión cruzando el cielo. El piso. El agua que limpia. Los sueños. ¿Reflejo de sus aspiraciones para salir de ese kármico castigo? Belleza de principio a fin de que por medio de la imagen de la cual Cuarón ha sido capaz de expresar, tiene la cadencia y ritmo de la más bella poesía.

¿Encontrará Cleo su propia purificación? Los símbolos son constantes. Las escaleras como cordón umbilical que une las dos partes de la casa y a quien vemos constantemente subiéndolas y bajándolas es a Cleo. Día tras día. A medida que transcurre la historia, nos vamos dando cuenta que Cleo forma parte de la familia. La pregunta es cómo. ¿Cómo una mascota útil? ¿Cómo proyecto de vida para hacernos sentir bien con nosotros mismos? O como verdadero miembro de la familia. ¿Lo que nos lleva a otra pregunta?, ¿Qué es ser realmente parte de una familia? La respuesta la encontramos en la secuencia final en la playa.