En 1968 parecía, como ahora, que el mundo occidental se desmoronaba, la juventud se había rebelado en mayo en París, y en octubre en Tlaltelolco, México; había movimientos subversivos en Alemania e Italia. Un año antes había caído el Che Guevara en Bolivia. En cuanto a los Estados Unidos, el libro “Coming Apart (Desintegrándonos)” de William O’Neil retrata la profunda desilusión de la juventud norteamericana causada en 1968 por los asesinatos de Robert Kennedy, Martin Luther King y la guerra de Vietnam agudizada ésta por la ofensiva Tet de enero. Apenas cinco años antes habían asesinado al presidente John F. Kennedy y en 1967 se habían alzado masivamente los jóvenes negros en Detroit, Chicago y Los Ángeles.

Fui testigo en las gradas del Sproul Hall de la Universidad de California en Berkeley, de grandes demostraciones de protesta; los jóvenes rechazaban morir en defensa del régimen corrupto de Vietnam del Sur. En octubre, la televisión mostró a todo el mundo el desafío de los atletas negros John Carlos y Tommie Smith levantando el puño durante su premiación en los Juegos Olímpicos de México, mientras la Unión Soviética aplastaba la revolución rosa de Checoslovaquia, impulsada justamente por jóvenes. Ese año culminó con la sombría elección en noviembre de Richard Nixon, quien seis años después tendría que renunciar producto de su soberbia y deshonestidad.

A mediados de año se realizó el Concilio Vaticano II que acercó la liturgia a la gente y comprometió a la iglesia católica con los pobres; unos meses después se realizó la Conferencia de Obispos Latinoamericanos en Medellín que ratificó la Opción Preferencial por los Pobres y por el Bien Común; ambos acontecimientos constituían un poderoso antídoto contra el marxismo y la injusticia, pero fueron mal entendidos por sectores conservadores. Varios sacerdotes jóvenes fueron perseguidos, y algunos de ellos se radicalizaron.

La magia de Armando Manzanero ya había aparecido, Julio Iglesias iniciaba su carrera, los Beatles, Neil Diamond, Tom Jones, Donna Summer y otros músicos de renombre estaban en su apogeo; García Márquez con su Realismo Mágico ya había establecido su sólida presencia en la literatura mundial; Roque Dalton estaba intacto en su creatividad. Varios de sus compañeros de la Generación Comprometida mantenían una plena producción literaria; las tertulias de poetas en el histórico Café Nápoles del centro de San Salvador eran constantes; en El Salvador todavía se celebraba el Festival Internacional de Música que traía a artistas de clase mundial, como Pablo Casals y Margot Fonteyn; el arte, la poesía y la música vibraban en medio de aquel desconcierto tenebroso

En El Salvador habían pasado 36 años de gobiernos militares que monopolizaron el poder desde el levantamiento indígena de 1932, y estábamos a dos del surgimiento de las FPL. Éste fue el primer grupo armado, guiado por marxistas, que incorporó a profesores, estudiantes y sindicalistas. El gobierno militar de turno tenía ambivalencias, pues si bien trató de establecer el Primer Congreso de la Reforma Agraria, el cual fue boicoteado por la extrema derecha, reprimió con fuerza las protestas de los maestros y de sindicalistas. Mal asesorado, permitió que los cuerpos de seguridad plantaran bombas en la Universidad de El Salvador y en la Confederación de Sindicatos, iniciando así el terrorismo en el país.

Cincuenta años después, en Estados Unidos y Europa Occidental no es la juventud la que se ha alzado, sino que personas seniles o retrasadas con tintes racistas y misóginos; pero ha llegado el momento para que la juventud, con fuerte participación de mujeres e inspirada en el Bien Común, enderece el rumbo; no perdamos la esperanza, la razón prevalecerá.