La agenda política del presidente Biden es un asunto de sumo interés debido a su influencia en nuestra región y el mundo, principalmente en asuntos político diplomáticos, comerciales, migratorios y de seguridad. En su discurso de toma de posesión del cargo expresó la necesidad de corregir las erráticas políticas de su antecesor Donald Trump. Sin embargo, ese viraje si no es de fondo, seria a penas un “remiendo” que no llenará las expectativas de amplios sectores que votaron por un cambio y demandan soluciones ante profundos problemas estructurales como las desigualdades socioeconómicas, injusticia racial, acciones urgentes en salud para superar la pandemia y un seguro médico accesible de calidad y cobertura.

El presidente Biden cuenta con sólidas credenciales como abogado y catedrático, experimentado desempeño político como Senador durante seis mandatos consecutivos en los que presidió el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. También fue vicepresidente en los dos mandatos del expresidente Obama, asumiendo en ese periodo responsabilidades en asuntos internacionales que incluyeron el Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala y Honduras). Estas credenciales afirman su conocimiento del cargo, amplia visión del mundo y la región (por supuesto desde el interés de esa potencia), así como abismal diferencia con el improvisado estilo y errática figura de Trump.

No obstante, su edad y un mandato de escasos cuatro años son una franca limitación ante los retos internos y externos de su gestión, los primeros dos años serán de un gobierno de transición empeñado en corregir los desatinos de Trump, empantanado en la prioridad de una compleja agenda interna: superación de la pandemia, recuperar la estabilidad y unidad política interna, sin olvidar la reconstrucción de la economía devastada por la crisis. En este contexto el Partido Demócrata necesitará consolidar con resultados palpables su precaria mayoría bicameral, adelantándose a la recomposición del Partido Republicano, para luego enfocarse en los siguientes dos años en las figuras presidenciales.

Biden enfrentará muchas presiones para salir con urgencia de los asuntos domésticos, condición exigida para recuperar la imagen y el presunto liderazgo en el mundo. Esas presiones vendrán de los grandes conglomerados comerciales, financieros y tecnológicos, y del complejo militar industrial, todos empeñados en restablecer el liderazgo global tradicional de esa potencia. Pero la premura podría volver superficiales las soluciones a los problemas estructurales que exigen tiempo, muchísimos recursos, y un alto consenso político del gobierno Demócrata, enfrentado internamente al debate de corrientes progresistas con un gran compromiso social y halcones de fuertes sectores globalizadores.

Los primeros encuentros telefónicos del presidente Biden con los mandatarios de Canadá, Gran Bretaña, Francia y México, ponen en relieve las prioridades internacionales de la nueva administración como su reincorporación al acuerdo de Paris sobre el clima, volver a la Organización Mundial de la Salud, reactivación de tratados comerciales, rol de la alianza con la OTAN y la crisis del cercano y Medio Oriente. Con México refleja el profundo interés por frenar la pandemia, detener su flujo migratorio y el de Centroamérica, las condiciones para otorgar estabilidad migratoria a millones de migrantes, y establecer un millonario programa de desarrollo para frenar la migración desde el Triángulo Norte.

En este contexto Bukele aparece desnudo ante su falta de política exterior que adecuará bajo las premisa de quién le da más. Su ausencia y tensión diplomática con la mayoría de gobiernos de Centroamérica y México, en momentos en que la región debiera presentar un bloque unido con propuestas comunes ante Estados Unidos, continuará. A esto agreguemos el desconocimiento a los Acuerdos de Paz con el que Bukele rescinde toda responsabilidad con las víctimas, colocándose en el bando de ultra derecha que desde el principio desconoció y boicoteó el cumplimiento de este Acuerdo e intentando anular el capítulo de la historia por el que mayor reconocimiento y respaldo cobró nuestra nación en la comunidad internacional.

Descalificarnos del tercer Fomilenio y las dificultades de ejecución del segundo compacto son otra muestra de la incapacidad del régimen de Bukele en su relación con Estados Unidos que condiciona por mayor transparencia y lucha contra la corrupción. Para colmo, mientras México adelanta un robusto perfil de nuevo embajador ante Estados Unidos con Esteban Moctezuma, actual Secretario (ministro) de Educación, Bukele hace el ridículo añorando al exembajador Johnson, y pagando una consultora que le oriente como establecer relaciones con el presidente Biden. Vergonzoso.