No es poca la indignación nacional e internacional generada por el cínico discurso de Bukele en su visita a la comunidad de El Mozote, Morazán. “La guerra fue una farsa, una farsa como los Acuerdos de Paz” dijo, desnudando su esencia antidemocrática y su crasa ignorancia por las razones del conflicto armado. Esta ofensa ante el féretro de aquella horrenda masacre, la más grande de América contemporánea contra mujeres y niños, es una falta de respeto a la memoria de más de setenta y cinco mil muertos, cinco mil desaparecidos, torturados y cautivos, miles de lisiados, centenares de miles de exiliados y familiares que todavía recuerdan con dolor aquellos pasajes.

El desatino ocurrió tras una inusual visita territorial de Bukele después de año y medio de mandato. Podría sospecharse que el discurso es solo otra muestra de su falta de cordura o del consumo de algo extraño que altera más su inestable personalidad, o quizás una vulgar cortina de humo como las que frecuente e inescrupulosamente utiliza, sumada al desconocimiento de la historia que lo empuja a la más perversa manipulación de la memoria histórica con abusivos fines proselitistas, descalificando a quienes considera y necesita como enemigos. Sí, los necesita pues ahí encontró su base electoral y por ende los requiere encendidos de odio y resentimiento.

Rebalsan los desatinos por los que Bukele debe responder y probablemente esa sea la razón de desviar la atención pública. Su fobia a rendir cuentas sobre millones de dólares gastados irregularmente durante la pandemia y la responsabilidad directa sobre graves violaciones a derechos humanos cometidos durante el fallido golpe del 9F, delitos que comprometen directamente a sus funcionarios incluyendo a los jefes del Estado Mayor Presidencial y del Estado Mayor Conjunto, pesan en el ejercicio del Gobierno.

Bukele pretende distraer la opinión para eludir su responsabilidad sobre: el descalabro económico del país, el sombrío escenario por el fracaso de una estancada reactivación económica que consumirá todo su periodo de gobierno, el cierre de empresas, la pérdida de miles de puestos de trabajo, la mayor caída de exportaciones en la región y la extrema polarización e incapacidad para unificar la nación. Es inocultable el excesivo endeudamiento público y su “paquete de impuestos” acordado con el FMI, medicina amarga que pretende obligar a engullir después de las elecciones y por el que busca desesperadamente mayoría legislativa.

Es demagógica la pretensión de Bukele de “conciliar” con las víctimas sobrevivientes de El Mozote, acallando su demanda y ofrecida por él: entregar “los archivos militares de la A la Z”, compromiso que quiere evadir a cambio de obras que son responsabilidad de su gestión. Con “espejitos” pretende dividir la comunidad, separando de manera perversa a los jóvenes y manipulando sus aspiraciones. Es grotesca su oferta de hacer de esa comunidad un circo, un centro “cool” de entretenimiento para exhibir la injusticia, así como exhibe el inconcluso esqueleto de un Hospital. Esta coyuntura pondrá a prueba la unidad y contextura de la comunidad y su memoria histórica.

El precedente del juicio en la Audiencia española sobre el caso Jesuitas alienta la demanda de justicia y verdad, amenazando el oscuro pacto de impunidad de Bukele con los sectores más retrógrados de las Fuerzas Armadas; los sobrevivientes de las víctimas, una buena parte de la sociedad, la solidaridad y comunidad internacional saben de la importancia de profundizar el proceso de paz para la transformación del país. Es innegable el empeño mediador de la ONU, del grupo de países amigos: Colombia, España, México y Venezuela, más Estados Unidos, que generosamente acompañaron y facilitaron la construcción de aquel gran acuerdo que puso fin al conflicto armado y nos permitió iniciar el proceso democrático para construir una sociedad diferente.

Si para Bukele “la guerra fue una farsa, una farsa como los Acuerdos de Paz” ¿Qué respeto le puede merecer la Constitución, la institucionalidad surgida de esos Acuerdos, la democracia, el equilibrio de poderes, la libertad de expresión? ¿Qué compromiso puede asumir por cumplir las justas reivindicaciones de justicia y verdad o las demandas de combatientes y desmovilizados? El atajo más corto para volver a una dictadura es desconocer nuestra historia y el valor de los Acuerdos de Paz y todo con fundamento en el odio.