Las páginas de la historia están en blanco. Sólo cabe escribir en ellas lo que el pueblo ha reclamado en los últimos períodos presidenciales, sin haber sido escuchado en la medida de sus necesidades.

Seguridad ciudadana, desarrollo económico sostenido, educación, salud, justicia, son entre otros, los grandes desafíos que enfrenta el nuevo gobierno, ante una población que necesita paz en las calles, mejora sustancial de condiciones de vida, fuentes de trabajo y justa remuneración, en términos de igualdad, para hombres y mujeres; acceso a la educación, salud de calidad entre otros apremios sociales, cuya satisfacción ya no puede ser considerada en proyectos a largo y mediano plazo, sino que requieren atención e implementación inmediata. Este es el momento preciso de tomar decisiones que realmente, y no como consigna populista, traigan un verdadero cambio en el rumbo de la nación.

La tarea no es fácil. El nuevo gobierno se somete a un proceso, no sólo de relevo del mando, sino a una transición política que implica el asentamiento de una nueva forma de gobernar que modifica, forzosamente, las relaciones de poder en la sociedad.

Esto obliga al trazo de una nueva ruta de cumplimiento del mandato que ha recibido el nuevo gobierno de los votantes. Lo que es expectativa prioritaria se resume en cómo se va a ejercer el poder político y cómo se van a emplear los recursos del Estado y bajo qué tipo de voluntad ideológica se van a analizar los fenómenos del poder.

El actual momento político del país aún no esclarece la plataforma de gobierno y tampoco la calidad humana y profesional de quienes acompañarán a la fórmula presidencial electa, lo cual, de extenderse por mucho tiempo, generaría incertidumbre seguida muy de cerca por la desconfianza. Es un caminar del nuevo mandatario, por el filo de la navaja con el riesgo de que un solo hecho rompa la credibilidad en la verdadera transición.

No se le puede dar demasiado tiempo a conocer quiénes serán los hombres fuertes del nuevo gobierno, tales como estrategas, operadores políticos, el abogado del gobierno que se verá frente al Fiscal General, el abogado del Estado y de la sociedad. Todos ellos, como nuevos agentes de poder, están condicionados por el carácter, los antecedentes humanos y profesionales. Un solo nombramiento carente de credibilidad, echaría por tierra el esfuerzo que puedan desarrollar otros buenos gestores de poder. No es la lealtad del amigo o del compañero de campaña lo que cuenta, sino la inteligencia y lealtad a los principios y valores que caracterizan al buen gobierno.

Para efecto de la designación y nombramiento de las personas claves que acompañarán al nuevo gobernante, es preciso responder a un cálculo político en el que intervengan no sólo el criterio unipersonal, sino también el conjunto de voluntades y criterios que emanan de los sectores vivos de la nación.

El nuevo gobernante debe tener presente las expectativas, no sólo de quienes votaron por él sino, también los diversos sectores de la sociedad por la multiplicidad de las redes de poder en constante transformación, las cuales se relacionan entre sí.

Estamos, con el nuevo presidente, ante los retos de la historia, lo importante es que debemos pensar en que no es responsabilidad de unos pocos, escribir el futuro, sino que lo es de todos nosotros.