Contrario a lo que suele entenderse, la palabra prosperidad no hace referencia necesariamente a la acumulación de caudales o a cierta cantidad de dinero, aunque tampoco las excluye. En su acepción corriente, este vocablo se refiere, de acuerdo al Diccionario de la RAE, al “Curso favorable de las cosas” o a la “Buena suerte o éxito en lo que se emprende, sucede u ocurre…”, en suma, a varias cosas que en nuestro país no le ocurren a la mayoría, y que por eso les lleva a optar por la migración como una suerte de sobrevivencia, pero también, como una alternativa a la re construcción de tantos sueños truncados en nuestro país.

Porque en el proyecto de vida de las personas no solo está incluida la mera sobrevivencia corporal ante los embates del tiempo, también se espera construir una capacidad de respuesta para enfrentar los azares del futuro y de la naturaleza –la pandemia es uno de ellos- con una reserva adecuada de recursos y de conocimientos que hacen más o menos previsible el destino y más aún: la sobrevivencia de la familia o del grupo.

Esto, que suena de una manera tan tribal, es una realidad que en la región parece estar más clara: que en los tiempos que corren los centroamericanos no pueden confiar en la ayuda estatal ni en la escasa organización local, para solventar la situación de emergencia en que se vive y que hace más evidente la falta de servicios básicos y la carencia de un nivel de vida digno. El futuro, por esta razón, se avizora lejos, en otra parte, siempre en dirección norte.

Solo a alguien que tenga poca sensibilidad ante esta situación, o una mentalidad de plaza pública o de bazar oriental, será incapaz de entender que a los seres humanos no les basta únicamente con tener que comer y donde dormir, porque ahora que el mundo está interconectado, a todos les es posible comparar los modos de vida que tienen las personas en todo el mundo, donde el acceso a servicios básicos de calidad no solo está garantizado, sino que también se puede acceder a los beneficios de la cultura y del arte, a una razonable seguridad jurídica, a espacios verdes donde compartir con seguridad y a una amplia cantidad de organizaciones donde la ciudadanía puede ejercer sus derechos, incluyendo el de criticar a sus gobernantes sin temor a represalias o venganzas contra los miembros de su entorno.

Todo eso, de lo que se ha carecido siempre en El Salvador y en los países vecinos, se agrava tras un año de desgracias y pérdidas debido a un virus que no solo amenaza a la humanidad, sino que también a las democracias, llevando a lo mejor de nuestra gente a viajar fuera de las fronteras, y aunque se les intente retener a la fuerza con operativos que recuerdan a los países de Europa del Este en los 80, o a la Cuba dictatorial de siempre, los gobiernos no podrán retener el flujo migratorio que está compuesto de gentes con hambre y con la convicción de prosperar, allende nuestras fronteras.

Migrar para prosperar, este que fue seguramente el proyecto de vida de Victoria Salazar Arriaza en Quintana Roo, Tulum, México, antes de ser asesinada por varios policías, ignorantes de que contaba con una visa humanitaria, de que dejó a sus dos hijas en nuestro país, de que no representaba ninguna amenaza a la seguridad de nadie.