Fue emocionante escuchar las campanas de las iglesias aquel mediodía del 16 de enero de 1992; a esa hora asistimos mi esposa y yo a la misa que se celebró en San José de la Montaña, varios feligreses pasamos al púlpito para expresar nuestro agradecimiento a Dios por el Acuerdo de Paz que se había firmado en México unas horas antes. Nuestros tres hijos ya habían regresado a California después de pasar con nosotros las fiestas de Navidad y Año Nuevo; para mí quedaba atrás una década de exilio y la amargura de no haber podido detener el estallido de la guerra.

Unas semanas antes, a la medianoche del 31 de diciembre, la familia se había abrazado al escuchar por la radio el Acuerdo de New York. Durante la noche del 16 de enero acudí con mi esposa al Centro Histórico, en el que se seguía celebrando el Acuerdo; se podía caminar sin problemas entre la Plaza Cívica, donde se había congregado el sector de izquierda, y la Plaza Libertad, donde se concentraba la derecha. Amanecimos al siguiente día con los ánimos levantados para lanzar El Salvador con nuevos bríos hacia el siglo 21.

Así fueron esos días cuyo 25 Aniversario acaban de celebrar, todavía palmeándose la espalda, los protagonistas que quisieron librar la cruel guerra mientras la población observa que son los mismos que han gobernado durante estos cinco lustros.

De sobra es conocida nuestra situación, la esperanza que dio el Acuerdo se ha convertido en una triste realidad: 37 años después del estallido de la guerra el país sigue sufriendo como resultado de una profunda crisis social y económica; las últimas encuestas del IUDOP señalan que el 48 % de la población respondió que la situación está “peor que antes”, el 31 % dijo que está “igual que antes” y solamente el 20 % “mejor que antes”.

No hay duda que el pueblo salvadoreño tiene una fortaleza notable, es probable que otro país pobre como el nuestro, bajo las mismas circunstancias, ya sería un estado fallido, pero ese será nuestro destino si no aprendemos otra vez de la historia.

Actualmente un expresidente se encuentra en la cárcel acusado de corrupción, otro está prófugo por el mismo motivo y un tercero falleció trágicamente mientras era igualmente acusado. Éstos son los casos más sonados, pero existen muchos otros que se dieron después de la firma del Acuerdo de hace 25 años. La conclusión es que los partidos políticos tuvieron otro Acuerdo: el reino de la corrupción de la justicia, de allí se deriva el nombramiento de incondicionales incapaces (con muy raras excepciones, a quienes saludo, pues los conozco) y el reino de la violencia que nos golpea cada día. La primera mancha del Acuerdo de Paz fue la aprobación de la Ley de Amnistía General de Crímenes de Guerra que hace apenas unos meses, contra mucha resistencia, pudo ser derogada. ¡Es increíble que hasta hace unos dos años ha comenzado a funcionar la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia, establecida en 1959!

Nuestros lamentos podrían llenar varios libros, lo que queda es mirar hacia el futuro con una agenda breve pero enfocada al Bien Común: - Fortalecer el combate a la corrupción y a la violencia. -Optimizar el respeto a los derechos humanos. -Los principales partidos políticos deben renovar sus cuadros para elegir candidatos honestos y capaces, vean cómo más del 50 % de la población los rechaza. -Hay que hacer más productivo al país y reducir la desigualdad económica y social. Esos principios universales fueron ofrecidos en 1979 a los que prefirieron la guerra.