Angela Merkel, que dejará el puesto de canciller de Alemania tras 16 años en el cargo, ha sabido gestionar con gran acierto las crisis que se han cruzado en su camino, pero el balance de su gestión se verá mitigado por la falta de visión que ha mostrado en otras ocasiones.


Gestión de crisis


"La vida sin crisis es más fácil, pero cuando llegan, hay que afrontarlas", dijo el 22 de julio Angela Merkel para resumir su forma de actuar.

La dirigente alemana enumeró ese día las cinco grandes crisis que tuvo que encarar en estos años: la crisis financiera de 2008, la pandemia de coronavirus, la crisis del euro, el flujo de refugiados sirios e iraquíes en 2015 y el calentamiento del planeta.

La decisión de acoger a los refugiados será sin duda la más emblemática de la era Merkel. Sus adeptos lo califican de acto de valentía.



La gestión de la crisis sanitaria también le valió innumerables elogios.

Otras gestiones complicadas, sin embargo, le valieron numerosas críticas, sobre todo la situación griega en 2011. En aquel momento, Merkel mostró una intransigencia fuerte, lo que llevó a Grecia al límite de la bancarrota y provocó recelo en Europa.


Influencia creciente de Alemania


En 16 años, el papel desempeñado por Alemania en el ámbito internacional cambió mucho.

Coincidiendo con un importante aumento de los populismos, Merkel fue elegida por el New York Times la nueva "líder del mundo libre".

La relación con Estados Unidos, muy deteriorada en los cuatro años de presidencia de Donald Trump, sigue siendo fundamental para Alemania.

La influencia alemana aumentó en Asia y África, un continente al que viajó con más frecuencia que sus predecesores.

La canciller también profundizó en las relaciones con otros países en un deseo de que las relaciones internacionales se tornen un poco más multilaterales.

Sin embargo, su balance en política exterior es objeto de debate porque el peso geopolítico de Alemania continúa por debajo de su influencia económica.

Merkel cultivó las relaciones con Rusia y con su presidente, Vladimir Putin, pero esto no impidió los escándalos de espionaje, la anexión de Crimea o el envenenamiento del opositor Alexéi Navalni, así como el avance del controvertido proyecto ruso del gasoducto Nord Stream 2.

Merkel también viajó en varias ocasiones a China, aliado comercial indispensable, aunque fue acusada a menudo de anteponer la economía a los derechos humanos.


Motor económico de Europa


Alemania se reconvirtió en la primera economía del continente gracias sobre todo a una gestión presupuestaria rigurosa.

La tasa de desempleo se redujo de manera increíble en 16 años y pasó del 11,2% al 5,7% el pasado julio, en un contexto aún debilitado por la pandemia.

Sin embargo, hay un fuerte contraste entre el oeste y el este de Alemania. Las regiones de la antigua RDA se ven a menudo excluidas del impulso económico alemán y en estas zonas los trabajos precarios y mal pagados siguen siendo abundantes.


Decepción en materia climática


Desde 2005, "no han pasado suficientes cosas" para luchar contra el cambio climático, dijo el 22 de julio Merkel, convencida sin embargo de haber "dedicado mucha energía" a este tema.

Merkel sorprendió al decidir en 2011 poner fin a la energía nuclear tras la catástrofe de Fukushima.

Exministra de Medioambiente de Helmut Kohl, Merkel fue apodada durante un tiempo "la canciller del clima". En los últimos meses de su gestión tuvo que aumentar los objetivos de Alemania bajo presión del Tribunal Constitucional, que los consideraba poco ambiciosos.


Europa, una tarea inconclusa


"La UE está en peor estado que cuando Merkel llegó al poder en 2005", dijo la revista Der Spiegel, citando la falta de "visión" de la canciller, "el abismo financiero entre norte y sur", el Brexit y el ascenso de las democracias no liberales.

Convertida en 2020 a la causa de la mutulización de la deuda pública en Europa, Merkel tardó tres años en aceptar las propuestas de reforma sobre ese tema del presidente francés Emmanuel Macron, una actitud pasiva criticada hasta en Alemania.


Avance de la extrema derecha


Las elecciones de 2017, en las que Merkel obtuvo su cuarta victoria consecutiva, estuvieron marcadas sobre todo por la entrada sorprendente en el Parlamento del partido de extrema derecha, Alternativa para Alemania (AfD).

Este partido, islamófobo y surgido en buena parte del movimiento neonazi, se vio impulsado por el miedo creciente de la población tras la acogida de migrantes en 2015.

Lo más preocupante es que la amenaza de actos terroristas por parte de la extrema derecha ha reemplazado al riesgo de ataques yihadistas y ya ha habido varias agresiones letales. Los ataques antisemitas también han aumentado en el país.


Una sucesión descuidada


Tras 16 años al frente del país, los democristianos corren el riesgo de convertirse en la oposición. Parte de la culpa de esto es el desgaste normal de tanto tiempo en el poder, pero también la incapacidad de Merkel para preparar su sucesión.

Tras haber descartado de manera metódica a los dirigentes conservadores susceptibles de hacerle sombra, como el muy liberal Friedrich Merz o Norbert Röttgen, la canciller apoyó por un tiempo a Ursula von der Leyen (actual presidente de la Comisión Europea), antes de volcarse por Annegret Kramp-Karrenbauer, que arrojó la toalla y abrió así el camino para el impopular Armin Laschet.

La primera mujer canciller federal tampoco logró impulsar la igualdad de género en las instituciones políticas del país. La actual proporción de mujeres elegidas en el Bundestag (30,7%) es menor a la que había cuando Merkel llegó al poder en 2005 (32,5%).