Cerca de la “nuova Borsa” en Verona, sobre la calle principal encuentro un hombre de origen árabe, sentado enfrente de un aparato de sonido, pretendiendo tocar la flauta…alguna gente le brinda su dinero, me hace reír…

Y yo mirándote, hablándote al oído.

Y tú, nerviosa, al escuchar mi contenido.

Y veo tus ojos, advierto tu respiración: lenta, profunda, en perfecta sincronización.

Y al final, el placer de tu boca que suda segrega, exigiendo un beso al intermezzo.

Tus pechos erguidos, en unísono encendidos, como esperándome…

Era Verona, la patria de Julieta, en una mis madrugadas de recorrido solitario por sus calles. ¡Cómo gozo los amaneceres, siempre con un café! Y si, doy gracias a ese pastor etíope, con su asombrosa observación de cabras nerviosas, sin él no tendríamos el café de la mañana. Habían pasado algunos años después de Somalia, y me encontraba en otra época de mi vida, de regreso en la universidad. Con parte del dinero que había ahorrado en Somalia, y parte de una ayuda de mi padre (la venta del terreno de la piscina…solo ustedes familiares con la finca podrán deducir a lo que me refiero) hice la mejor inversión que un hombre puede hacer: educación. Me habían aceptado en la universidad de Tulane, New Orleans, era un becario de mi propio esfuerzo, ¿bueno a lo mejor y tal vez un becario de Somalia y su miseria? Estaría por obtener mi maestría en salud pública y medicina tropical, lo que no sabía era que también significaría el destierro de mi país y la continuación de mi vida en una maleta.

Mi equipaje siempre es ligero, con lo mínimo necesario, y nunca chequeo equipaje. Es una manera simplista de ser más libre y depender un poco menos de las aerolíneas, que nunca se sabe con lo que te van a salir. Un septiembre de 2014, una breve estancia en New York, dos días de reuniones, y una cena llena de pláticas nuevas con Sebastián, mi hijo. Nunca se termina de platicar con un hijo, siempre hay algo nuevo que aprender, y al final empezar a comprender cómo tu vida esta interconectada con el universo y que todo, pero todo en esta vida tiene un por qué.

Sábado, por la mañana relajándome, para salir en el vuelo de United de las dos y media de regreso a casa, que en estos momentos se encuentra en Washington DC, aunque no sé por cuánto tiempo más. Siempre se vive con la espera a empaquetar y moverse a un nuevo lugar, que uno llamara casa o como yo digo: hogar. Y después de todo, tu casa es ese lugar en el que te sientes seguro y que de alguna manera ejerces un cierto control, aunque el caso de muchos de nosotros, y digo nosotros pues está definitivamente ligado al género, ese control es ilusorio y virtual.

El vuelo aborda con normalidad, a la hora prevista, de repente tus esperanzas de llegar a casa con tiempo para relajarte y sacar al perro a caminar se avivan. Pero, y siempre hay un, pero, en el lingo de un viajero frecuente. Al final del camino he entendido, después de casi un poco más de 1.5 millón de millas acumuladas a lo largo del tiempo, el abordaje no siempre quiere decir que llegarás a casa en el tiempo previsto.

Pues bien, este vuelo en particular, después de estar dos horas en la pista: ¡United Airlines thank you for your patience…por dios santo! una de las cosas fundamentales que un viajero frecuente tiene que aprender temprano en esta vida de maleta medio siempre lista, es que después de escuchar este mensaje una vez y otra vez, al final si quieres posponer el temido infarto al miocardio, tienes que adquirir esa virtud, y mantener la calma, siempre y, ante todo: mantener la calma. De nuevo a la puerta de embarque…a esperar y seguir esperando a que en algún momento tu vuelo de regreso a casa se materialice y puedas llegar, aunque ya no a pasear al perro pues estará oscuro y a lo mejor lloviendo, ¡por lo menos llegar y dormir en esa que es tu cama y que de alguna forma te brinda el confort de tu olor y tu calor para dormir con tranquilidad…Hogar dulce hogar!