A estas alturas no sabemos aún con certeza quién será el próximo presidente de los Estados Unidos después de una elección reñida y un sistema cargado con unas complejidades que solo la institucionalidad fuerte logran sostener a un país tan grande.

Lo impresionante es cómo los encuestadores nuevamente se equivocaron. Durante los últimos meses sostenidamente dijeron que el candidato demócrata Joe Biden tenía una sólida ventaja, generalmente de dos dígitos y luego de ocho puntos en la última semana. Al igual que en 2016, cuando le daban una ventaja considerable -aunque no tan alta- a Hillary Clinton, otra vez los encuestadores parecen haberse equivocado.

Y es que muchas veces los encuestadores no toman en cuenta variables tan complejas en Estados Unidos como el voto hispano -sumamente diverso en intereses- o las diferencias socioeconómicas y educativas de la población.

Las encuestas no son pronósticos escritos en piedra y tal como hemos visto en otros países, se pueden equivocar. Algunas veces incluso hay encuestadores que sirven para ser instrumentos de propaganda de los candidatos, desestimando su profesionalismo por razones de afinidad política o intereses económicos. Ese tipo de encuestadores crean entonces un falso impulso de victoria para un determinado candidato que busca contagiar al electorado que, por naturaleza, le gusta ir con el ganador.

De manera que esos errores en las encuestas pueden ser auténticas fallas de procedimiento o decisiones malsanas por afinidad política que tarde o temprano terminan causando desconfianza en su trabajo como ha sucedido en EE.UU.