Hace unos días, Diario El Mundo publicó una preciosa historia sobre Oscar Melara y su tienda de Durapax, un pequeño quiosco en la avenida Independencia en el que vende productos de consumo, una historia que muestra la creatividad, ingenio, laboriosidad, fe y determinación de los seres humanos o de los salvadoreños para levantar sus propios sueños y conquistarlos, una historia que comenté como inspiradora y motivadora.

Sin embargo, la misma escena se me desfiguró cuando uní mis experiencias personales como emprendedor y empresario al cuadro de este emprendedor, porque muchas veces estuve ahí tratando de crear mis propios sueños pero éstos se esfuman al llegar a la burocracia y a los procesos para legalizar una empresa, permisos, impuestos, papeles y costos, muchos de ellos ilógicos dentro de la necesidad de crear empresa pero que al final ahogan a cualquiera que apenas con su valentía se tiró al agua de la industria o el comercio.

Crear una empresa formal y productiva no solo depende de una idea o de un buen producto o de ambos, realmente sin el entorno apropiado es como una planta de buena semilla que al crecer en espacio reducido, sin fertilizantes y sin agua no puede desarrollarse, quedándole como opciones el desaparecer o echar raíces fuera de lo formal para sostenerse. Es un proceso duro en el que muchos con solo escuchar “crear una sociedad anónima” palidecen porque saben que habrá problemas legales y de trámites.

En El Salvador, aparte de los trámites y permisos, hay otras que son casi mágicas, sí porque aun teniendo todos tus papeles nada se mueve sin un sello o sin una fotocopia, pero lo más dramático son los impuestos, cantidades de dinero para todo, municipales y centrales, dinero para casi todos los trámites y en cantidades que no hacen diferencia entre un empresario hecho y derecho de gran tamaño o un pequeño emprendedor, plazos de cumplimiento y requisitos iguales para todos los “empresarios” incluyendo aquellos que apenas tienen una idea o un producto hecho en casa artesanalmente.

Es importante apoyar al emprendedor pero más que eso comprender el proceso y verlo con microscopio y paciencia ya que muchos también sucumben aun teniendo buena idea, buen producto, buena administración por causa del bendito “quedan” u otras prácticas que reducen o destruyen la competencia, dejando camino abierto para que los grandes se sostengan o crezcan acaparando áreas de mercado que nadie puede llenar, porque nadie puede crecer o entrar; si no se revisa adecuadamente y se toman medidas más sencillas y prácticas es imposible empujar al emprendedor que termina siempre en lo informal o migrando.

Las ideas digitales han dado más resultado porque sobrepasan esa burocracia y procesos, incluso puedes vender en otro mercado y recibir tu dinero aquí, evadiendo todos los fastidiosos controles, porque eso es lo que son: fastidiosos y desfasados controles que limitan la productividad.

Es urgente revisar impuestos directos e indirectos, impuestos de importación, pagos de pequeños requisitos que si bien dejan un ingreso limitan el ingreso mayor al no producirse mayor economía y crecimiento. El emprendedor necesita apoyo y el mejor no es dinero, aunque no lo descartamos, pero más valioso aún es ser escuchado, apoyado y que el sistema tenga capacidad de puertas abiertas, que considere al emprendedor no un empresario capitalista sino una oportunidad de riqueza nacional; también que se vea el emprendimiento como lo más valioso que pueda dar al país una persona, pensar en que pague impuestos después de hacer dinero y no antes, que el Estado asuma su rol de acompañante no de “socio obligado” y mucho menos de fiscalizador de su riqueza con esa sorna contra el que gana dinero.

La riqueza esta en producir, inventar, crear, desarrollar empresarialidad en cualquier rama, incluso en la de los quioscos de Durapax que me encantaría ver dentro de un año convertido en algo más y ojalá venda y no muera en el intento de crear o de esperar que le paguen sus pedidos con un quedan.