La economía del Estado salvadoreño, funciona como la economía de una familia, por ejemplo, si un padre como cabeza de familia, reporta ingresos de $500 mensuales, pero gasta $700 mensualmente. Esto significa que tendrá un déficit de $ 200. Y si a esto se le suma que para financiar esa diferencia utiliza una tarjeta de crédito, es evidente que su condición financiera será catastrófica y le traerá dificultad para solventar las necesidades propias y las de sus descendientes. Lo mismo ocurre cuando un país, sigue la dinámica de gastar año con año más de lo que le ingresa, tarde o temprano su economía colapsara, pero los más afectados serán las nuevas generaciones.

Este nivel de endeudamiento se puede apreciar con el presupuesto 2020 que será sometido a votación por la Asamblea Legislativa, en el que se estima un gasto total de $6,426 millones, pero se espera una proyección de ingresos por $5,671 millones, en consecuencia, se necesita acceder a créditos por $755 millones, para financiar lo que gastarán los tres Órganos de Estado. Está claro que no podemos continuar como país, con esa dinámica de gasto corriente, dado que la deuda soberana ya asciende al 70% del PIB, implica que no tenemos margen de inversión ni de maniobra para realizar los cambios en educación, salud y seguridad.

Ya que el 85% del presupuesto de cada institución del Estado, va a parar directamente a los costos operativos; como salarios, gasolina, bonos, viajes y viáticos, lo cual inhibe cualquier margen de inversión que favorezca las áreas más sensibles del Estado, como la atención a la primera infancia que por décadas ha sido abandonado y algunos organismos internacionales nos han sugerido que hagamos inversión en los niños y niñas, pese a ello ese rubro sigue apareciendo con cero, de ahí que los niveles de violencia juvenil provocados por las pandillas, se mantiene dado que estos grupos criminales tienen cooptados los territorios, donde están creciendo las nuevas generaciones.

Es así como las pandillas, en alguna medida nos llevan años luz, a los padres de familia y al Estado, ya que desde temprana edad a los niños los adiestran para el crimen; cuidar los postes, cobrar la renta y cuando llegan a los diez años los gradúan ordenándoles a estos niños que cometan un asesinato. Es decir que los que pasan el mayor tiempo con los niños, en los barrios más pobres de El Salvador, son las pandillas. Acá se conjugan varios factores que favorecen a ese caldo de cultivo que utilizan las pandillas, como; la pobreza, la falta de oportunidades y la desigualdad, hacen que los padres de familia salgan a buscar el pan de cada día de manera informal.

Dejando a sus hijos a la suerte, en algunos casos con un pariente, que como no son sus hijos, díficilmente le aplicará corrección, sumado a ello, esta el descuido en la inversión estatal, lo cual ha desencadenado una voraz delincuencia juvenil que azota con pervertir a las nuevas generaciones, de ahí la importancia que tanto los padres de familia, como el Estado le preste atención y decidan de una vez por todas hacer una inversión histórica en la niñez aprovechando la coyuntura del bono demográfico que se calcula estará abierto hasta el año 2035.

Así como lo hicieron países como Japón, Alemania, Taiwán, Finlandia y Singapur, destinando buena parte de sus riquezas en la primera infancia, con ello lograron construir modelos educativos basados en competencias y habilidades, por ello hoy gozan con ciudadanos de primer nivel, honrados y competentes, de tal suerte que un funcionario público en Japón, que tire un papel en la calle, lo destituyen por ese hecho, sin embargo, en El Salvador estamos muy lejos que algo así acontezca, dado que acá prevalece, la ley del más vivían y entre más mañas tiene, es venerado y se le considera “operador político” es decir el que mueve las líneas de los negocios chuecos de todo nivel.

Por ello pienso que entre más recursos se le asignen a la educación de calidad y con valores para trabajar con la niñez, en esa medida tendremos ciudadanos respetuosos de la ley, competentes y honrados, que aporten a la patria y no que le quiten.