Hace ya varios años por cuestiones gremiales coincidí en el despacho de un ministro que estaba por entregar su puesto debido a cambio de gobierno. Era una persona cordial, cuando le pregunté su opinión sobre la experiencia por la que había pasado al desempeñar el cargo me contestó de manera muy franca: “En este puesto se aprende mucho”.

En mi interior me quedé estupefacto porque se trataba de un ministerio estratégico y me pregunté, ¿Cómo es posible que en lugar de nombrar a gente que conozca profundamente el tema del que se hará cargo se envía personas descalificadas a desempeñarlo? A lo largo de los años me he encontrado con similares aprendices.

Es elemental que en todo negocio, en todo proyecto en toda tarea se escoja a empleados calificados para el puesto, los funcionarios son empleados de la población, es con nuestros impuestos que reciben el pago de sus salarios. Es sumamente grave que estas personas, y quienes los seleccionan, no entiendan algo tan crucial, pues además de no saber desempeñar sus funciones y muchas veces robar, aplican la insolencia burocrática cuando se requiere prontas y justas resoluciones, “the insolence of office” ya era algo que señalaba hace más de 400 años el Bardo inglés en su poema “Ser o no ser”.

Por otro lado, está claro para los salvadoreños que además del reino de la incapacidad, la corrupción de los tres órganos del Estado ha imperado en absolutamente todos los gobiernos anteriores, a pesar que unos cuantos funcionarios han sido la excepción, debido a su reducido número es fácil recordarlos. No olvidemos sin embargo que mientras hace diez años se inauguraba el gobierno de Mauricio Funes, en un libro publicado en esos días se decía: “Un gobierno liderado por el FMLN ha tomado posesión como resultado de una elección democrática que derrotó a la derecha tradicional. Existe un gran compromiso para que esta oportunidad no se desvanezca, lo cual solo será posible a través de una entrega honesta, eficaz y transparente en el manejo del país”.

La población saludaba el paso democrático que se había dado y soñaba con un “cambio de país”, dicho gobierno inició con un gabinete aceptable salvos excepciones, la popularidad de Funes llegó a más del 80 % en esos días, en general había mucha esperanza, pero el nuevo presidente y sus cercanos allegados tenían como objetivo asaltar nuestro erario para enriquecerse y satisfacer egos enfermizos. Poco a poco varios ministros se fueron retirando, la esperanza fue traicionada por la corrupción y mal manejo, los resultados son conocidos; Funes se encuentra prófugo. Cinco años antes de Funes, Antonio Saca había derrotado con una abrumadora mayoría de votos al candidato del FMLN, Saca y su círculo íntimo están presos; de igual forma podríamos referirnos a la corrupción e ineficacia de otros gobiernos y está saliendo a la luz la corrupción en el recién pasado gobierno.

Todo lo anterior es el resultado de la ambición y corrupción de nuestros partidos políticos, en los cuales, enmascarados en ideologías extremas o de conveniencia, ciertos individuos se agrupan en máquinas para hacer dinero fácil robando nuestros impuestos, ocupando arrogantemente el poder y despilfarrando recursos en lujos y gastos ridículos mientras la población sufre de carencias, desempleo e inseguridad. Las pasadas elecciones sirvieron para que los sectores y partidos que se disputaron el poder en la guerra civil fueran rechazados y estén por volverse irrelevantes, tal como sucedió con partidos que fueros poderosos en el pasado como el PCN y el PDC. Como ciudadanos contribuyentes demandamos que el nuevo gobierno y sus aliados no caigan en “más de lo mismo”.