Hace casi un año, el gobierno español consumó la exhumación del cadaver del dictador Francisco Franco, sacándolo de su mausoleo cerca de Madrid para reinhumarlo en un discreto cementerio, una operación que generó un debate político y reavivó viejas heridas sin sanar en España, a 44 años de su fallecimiento.

Franco gobernó España desde la guerra civil en 1936 hasta su muerte en 1975. El presidente de Gobierno, el socialista Pedro Sánchez sostuvo que “con esta decisión se pone fin a una afrenta moral, como es el enaltecimiento de la figura de un dictador en un espacio público”.

En medio de todo aquel debate, el líder opositor, Pablo Casado dijo: “Me preocupa el futuro de mis hijos, no lo que vivieron mis abuelos”.

Los pueblos suelen vivir en esos dilemas. Ver permanentemente hacia el pasado o pensar y planificar el futuro de sus hijos. Lo primero es muy fácil e implica culpar a los que ya no están de todos nuestros males. Los latinoamericanos culpamos siempre al pasado -¿quizás lo heredamos de los españoles? - de nuestros males de hoy, sin analizar que la correción de los males heredados es cuestión de nuestro presente para tener un mejor futuro.

Y como muestra, en México hay un debate actualmente sobre el tema de la colonia y el papel de la Iglesia en la conquista. Ciertamente la memoria histórica es importante pero anclarse en el pasado es un error terrible y eso nos pasa con frecuencia a los latinoamericanos.

Es difícil planificar el futuro para uno como individuo, como padre de familia, no digamos para una nación, pero es lo más productivo. No se me ocurre lamentarme de los errores de mis abuelos o de mis padres, mas bien, creo que debo buscar cómo corregirlos en mi presente para que mis hijos tengan mejores vidas que la mía. Es lo que deberíamos estar haciendo como país.