La frase la leí una semana antes que ocurriera el asesinato de George Floyd en la ciudad de Minneapolis, en el Medio Oeste de Estados Unidos. Fue un tuiter que quise guardar, y no lo hice en el momento. Me impresionó porque siempre he querido encontrarle una explicación a las diferentes definiciones étnicas que encuentro cuando debo llenar cualquier planilla. El autor de la sentencia afirmaba: “Yo soy americano no afroamericano, ni siquiera conozco África. Nací en los Estados Unidos, como mis padres y abuelos”. Es obvio que el autor del tuiter es de piel negra.

Por ello es inexcusable evadir, reflexionar sobre el estallido social que ha sumergido a los Estados Unidos en el mayor y más extendido conflicto interno desde hace 78 años. El desencadenante fue el asesinato de un hombre negro americano, con la rodilla del policía que lo inmovilizó presionándole su carótida durante ocho minutos. No importa su nombre, el del agente, ni de los otros tres agentes que impasibles observaban como se le iba el aliento al hombre mientras clamaba por su vida “no puedo respirar, hombre, no puedo”, “I cant’t breath, man, I can’t”.

Uno se enteró sobre las consecuencias de no recibir oxigeno el cerebro durante un tiempo determinado, a través del buceo; tema necesario de entender y evitar los pocos y extraños accidentes que se pueden producir en la práctica de este deporte. Tres minutos sin aire pueden ocasionar daños irreversibles, seis minutos la muerte cerebral. Suficiente para imaginar lo que fue sufriendo este hombre en su agonía innecesaria, en lo que en Derecho penal denomina “actuar con saña y sobre seguro”.

Sobre las motivaciones del agente no pretendemos conocerlas, quedan en su interioridad; y en las consecuencias derivadas en el estallido social que abarcó a más de 200 ciudades, produciendo daños económicos incalculables, heridos, muertes y mayor incertidumbre en el país que admiramos, desde su eficiente y perfecto sistema de correo hasta la solidez de sus instituciones democráticas que sustentan el Estado de derecho.

Lo que no he podido entender es ese racismo latente que se observa por el color de la piel, en buena parte de la humanidad ¿Será que produce miedo? No lo sé, no lo entiendo, como no entiendo el antisemitismo. Se que existe el prejuicio por diversidad de causas, yo los tengo; no me gusta la gente vulgar en sus costumbres, en su lenguaje, en su actuar, ni los obcecados, fanáticos nacionalistas, partidistas o religiosos, ni las tribus económicas o familiares que atentan contra la libertad e individualidad, por lo que trato de mantenerme lejos.

Pero esto que aconteció en Minnesota, va más allá de lo racial. Fue la expresión de un sentimiento de dolor, impotencia y rabia contenida que explotó, desbordó e hizo catarsis. Y, por supuesto, dado los tiempos que corren, los radicales de siempre y los recién incorporados, supremacistas y no supremacistas, los marxistas, socialistas y demás denominaciones estatistas, los vagos y delincuentes de oficio hicieron de la suya en estas ciudades donde ardió el fuego y los cristales rotos.

Se evidenció la presencia de militantes chavistas, frentistas, sandinistas y otras denominaciones infiltrados en las calles, manifestando no contra Trump que es una circunstancia, sino socavando los valores e instituciones que sustentan la cultura occidental; eso, aún, los italianos no lo entienden, ni la España de Podemos y Sánchez; tampoco muchos de nosotros, los hispanos y lusoamericanos.

Lo cierto es que la dirigencia pública y privada que actúa en democracia, tiene ante sí no solo los retos de la moderna tecnología sino la de preservar y reactualizar los valores que hacen posible y deseable la convivencia en libertad y seguridad.

Estamos obligados a sobrepasar nuestros prejuicios y limitados intereses, en función de la sobrevivencia de eso que llamamos civilización, de lo contrario el mal se apoderará del futuro, y eso no debe pasar.