Estamos en deuda con nuestra niñez. Desde el Estado hasta cada uno de los ciudadanos tenemos algún nivel de responsabilidad en el contexto que hemos formado para la niñez salvadoreña. Desde luego el Estado y sus instituciones no han tenido la capacidad de crear y sostener políticas para mejorar las condiciones de vida de las familias de El Salvador y, por ende, de niños y niñas.

Cada 1 de octubre, desde 1960, se celebra el Día de la Niñez Salvadoreña, con la finalidad de agasajar a los niños y de reconfirmar sus derechos universales. El principal es el derecho a la felicidad (con su familia) y el acceso a la educación, alimentación, techo, salud y recreación.

Sin embargo hemos creado un contexto negativo para la niñez. Un país contaminado, inseguro y con marcadas diferencias, que hacen que haya niños y niñas infelices. En pleno tercer milenio, aún tenemos niños en la calle que se ven obligados a trabajar de manera indigna para poder sobrevivir. Todavía tenemos niños sin acceso a servicios básicos y viviendo sumidos en la pobreza. Niños convertidos en migrantes por obligación y sin culpa alguna.

Muchos niños sufren de violencia intrafamiliar y son explotados laboralmente, y algunos hasta sexualmente. Hay leyes protectoras de la niñez salvadoreña, pero también hay adultos dispuestos a agredirlos. Hay instituciones y organizaciones no gubernamentales que se dicen protectoras de la niñez, pero que en la realidad solo son burocracia o entes consumidores o captadoras de fondos para que sus miembros se ganen un salario, sin concretizar acciones para beneficiar a la niñez desprotegida. En octubre sobran estudios, análisis, encuestas, pronunciamientos y propuestas teóricas; mientras tanto, cientos de miles de niños seguirán lavando vidrios, vendiendo cualquier cosa y exponiéndose a abusos de adultos energúmenos.

Ya hemos provocado que muchas generaciones de niños vivan las consecuencias negativas de nuestras acciones irresponsables. Muchos dejaron de ser niños para morir a manos de la delincuencia cuando recién comenzaban su adultez joven. Los niños de la postguerra no vivieron plenamente su infancia porque el Estado descuidó la seguridad de las familias por estar en la discusión de la política, tratando de dar paso al cumplimiento de los Acuerdos de Paz olvidándose de nuestra niñez y adolescencia.

Los niños nacidos en el nuevo milenio crecen en medio dela inseguridad, marcada por grupos de pandilleros, que tanto hemos dejado crecer y que tanto daño le hacen a la sociedad. Nuestra niñez, especialmente la que nació en las zonas desprotegidas, es infeliz. Muchos son el blanco perfecto de la delincuencia y de los abusos de adultos. La delincuencia les ha arrebatado a sus padres y les arranca de sus raíces. Muchos cayeron en las garras de la delincuencia y forman parte del espiral delictivo que ahora sigue haciendo sufrir a nuestra niñez. Los que hoy son pandilleros fueron niños y niñas a los que desprotegimos por enfrascarnos en discusiones estériles.

Hemos contaminado al país. Lo hemos vuelto vulnerable a las inclemencias del tiempo. Crecimos sin tener una visión del mundo que heredamos a nuestra niñez. Lanzar una bolsa plástica o cualquier desecho desde el auto en marcha es un acto que jamás consideramos nocivo para la niñez, ni siquiera nos parece mal ejemplo. Hemos construido un entorno endeble porque estamos acabando con nuestros pocos recursos naturales. A nuestros niños les tocará sufrir el efecto de lo que hoy hacemos. Acabamos con nuestros suelos fértiles y con nuestro aire puro. Desde hace décadas terminamos con nuestros mantos acuíferos y contaminamos ríos y lagos. Nuestras montañas deforestadas son presas fáciles de incendios. Hemos heredado un desastre a nuestra niñez y estamos empecinados en heredarles algo peor.

Estamos edificando una sociedad insolidaria e intolerante. Hemos aprendido a no ayudar a solventar los problemas de los demás y no soportamos diferencia de criterios o actitudes. Lo peor es que eso estamos enseñando a nuestros niños. Priorizamos el individualismo al colectivismo y nos acostumbramos a ver como natural el sufrimiento de otros. A veces pasamos junto a un niño necesitado y subimos el vidrio del auto para ignorarlo. Si tenemos espacio nos cambiamos de acera o de carril para evitarlo.

En fin, hemos construido una sociedad que ya le falló a varias generaciones de niños y niñas, y estamos empecinados en seguir heredando problemas a otras generaciones. Estamos en deuda con nuestra niñez. Comencemos a solventar esa deuda con nuestros niños.