Cientos de miles de jóvenes se gradúan, entre noviembre y diciembre de cada año, de bachilleres de la república. Para ellos el camino apenas comienza, se abre el horizonte y bien orientados y con el apoyo necesario de sus padres, pueden llegar a ser grandes profesionales y personas de bien para la sociedad.

La mayoría son apenas adolescentes que perciben la lentitud del tiempo y la lejanía de sus sueños, sin darse cuenta que a la vuelta de la esquina serán ciudadanos adultos con compromisos y responsabilidades. Son jóvenes que en desbandada buscarán sus respectivos horizontes de vida y que tendrán el futuro que sus padres les ayuden a construir.

Muchos ingresarán a las universidades y otros se verán obligados a trabajar para desde ya comenzar a ejercer, en pleno estadio juvenil, sus responsabilidades como entes productivos. Algunos, ojalá fueran los menos, motivados por las circunstancias pasarán a engrosar el mundo del ocio. A estos últimos les habremos fallado como sociedad y Estado.

El llamado es a los padres de familia para que apoyemos a nuestros hijos y con el tesón del sacrificio impulsarlos hacia un mundo mejor. Recuerdo cuando mi padre, que en paz descanse, al brindarme todo su apoyo para que siguiera la universidad, me dijo que todo sacrifico tenía su recompensa y que por mis hijos, a los que ni siquiera soñaba, me esforzara por estudiar y culminar mi profesión. Hoy mis hijos a los que antes jamás imaginé, de alguna forma se enorgullecen y disfrutan de mi sacrificio como estudiante.

Créanme que lo que más agradece un hijo de sus padres es el apoyo que recibe para culminar una profesión. Mis padres, sabios y amorosos, lo decían: “la mejor herencia es para los nietos y por eso hay que formar con amor y respeto a los hijos, ayudándoles a obtener una profesión”. A los hijos siempre hay que heredarles lo mejor y ello es hacerlos ciudadanos de bien, fomentarles humanismo y valores y procurarles, en la medida de nuestras posibilidades, una profesión para que sean ciudadanos que aporten a sus familias y a la patria.

He visto padres llorar emocionados cuando sus hijos e hijas reciben sus sendos diplomas. Yo he llorado por mis hijos. Es lindo llorar de alegría por los logros de nuestros vástagos, porque entonces tenemos la certeza que el esfuerzo valió la pena.

Noviembre y diciembre son meses de graduaciones. De tandas y promociones de bachilleres que gloriosos se ufanan del triunfo que es el inicio de retos mayores, de metas y objetivos que los padres debemos acompañar como cómplices necesarios. Decía la beata Teresa de Calcuta que a los hijos hay que darles alas para que sigan su propio vuelo, hay que enseñarles a soñar para que sigan sus propios sueños, hay que enseñarles a vivir para que vivan su propia vida… A los hijos hay que darles amor y comprensión y estar siempre cerca de ellos, porque aunque adultos, serán siempre el reflejo de lo que hicimos con ellos.

Nuestros hijos, adolescentes en camino a la adultez, una vez graduados de bachilleres, enfrentarán miles de retos y obstáculos que a algunos los harán caer y desistir de seguir adelante. Como padres tenemos que estar ahí, cuidando sus rumbos, para extenderles la mano y ayudarles a levantarse para seguir con la frente en alto. Caer es normal, pero levantarse con ahínco es el destino de los valientes, de los seres que trascienden.

Bachilleres, la vida apenas comienza. Fuera del instituto o colegio, hay retos que sortear e infinidad de viles circunstancias que buscarán la forma de hacerles caer con tal fuerza que no se levantarán o les costará demasiado. Me refiero a los vicios y la delincuencia. Las drogas, el alcohol, los grupos de antisociales y el ocio, serán gérmenes que agazapados procurarán hacerlos entrar a un mundo maléfico, rara vez con retorno. Para eso están sus padres, para tenerles confianza y recibir de ellos sanos consejos. Que ningún germen penetre en sus vidas ni los aleje de los valores adquiridos en el seno de su familia y fomentados en su formación escolar.

Algunos llegarán a ser destacados profesionales y hombres y mujeres que llenen de orgullo al país. No olviden sus raíces y conserven las amistades por siempre. Nunca dejen de creer en Dios, aférrense siempre a Él y agradezcan siempre a los suyos.