El sombrío sábado invernal de este 1 de junio fue el escenario de la “solemne ceremonia” convocada por la Asamblea Legislativa, pero pensada y diseñada en detalle por los agasajados. El objetivo institucional era la juramentación del nuevo presidente salvadoreño, Nayib Bukele Ortez.

El ambiente descampado estuvo dominado por un sofocante calor y la premonición de lluvias; sin embargo, la escena exhibía el acentuado color oscuro de abrigadas, formales y elegantes vestimentas protocolares de “la clase política”, en un bien calculado y severo contraste con las ligeras y sencillas ropas de una multitud agolpada que atrás vociferaba, ejerciendo presión constante sobre el evento. Bastaba ordenar un atuendo adecuado, camisa o guayabera blanca por ejemplo, tal como lo permite el protocolo en espacios tropicales abiertos; pero todo indica, que crear aquel escenario, provocar el choque de contrastes, era parte del cálculo de un diseño mediático con la creación de una pasarela política convertida en emboscada de escarnio y descalificación estrictamente electoral para azuzar la confrontación.

En poco quedó el flamante discurso de austeridad enarbolado como bandera de campaña de los galardonados, ante el evidente derroche de recursos del Estado en el montaje de un evento cuyo costo se podrá conocer mediante las fuentes de acceso a la información pública, para demostrar que su costo supera al de la anterior toma de posesión presidencial.

La Plaza Cívica estaba llena de una eufórica masa, legítimamente entusiasmada por su victoria, que a ratos se deshacía en delirantes halagos y elogios a su líder juramentado, e inmediatamente volteaba transmutada en una enardecida e irascible actitud, profiriendo maldiciones y epítetos; de cuya agresividad no se libraron ni los líderes del partido que llevó al gobierno al investido, ni los invitados especiales de gobiernos y misiones extranjeras que fueron objeto de burlas e irrespeto, todo bajo la plácida anuencia de sus organizadores que les habían azuzado frenética y permanentemente.

Quienes seguimos en detalle discursos, opiniones y contenidos políticos buscando encontrar utilidad de enfoques, análisis, definiciones de políticas públicas y propuestas, nos quedamos expectantes, lápiz y libreta en mano, de principio a fin del discurso inaugural del nuevo gobernante, en espera de escuchar al menos los grandes trazos de iniciativas estratégicas con las que el nuevo Presidente se propone enfrentar los graves problemas de la Nación.

No obstante, más allá de su exposición de respetables vivencias y experiencias de nostálgicas historias familiares, de un confuso lenguaje a señas sujeto a cualquier interpretación utilizado como un recurso de comunicación política -que no significa un compromiso con sectores que adolecen discapacidad o con los vulnerables-, no encontramos en torno a temas de agenda estratégica ninguna línea, hilo, seña de algo que se entienda como un qué hacer, cómo hacerlo y con qué recursos.

Entre líneas, lo más destacado del discurso inaugural del presidente Bukele es: un claro distanciamiento del compromisos de los Acuerdos de Paz, bajo el argumento de pasar la página de la posguerra, pasando a una supuesta nueva historia; una velada amenaza de asumir dolor por parte de la población, por la aplicación de una “medicina” para superar condiciones difíciles, sin aclarar de cuánto será la “vacuna” que le pretende aplicar a la población. Su llamado a la unidad de Nación, contrasta con la campaña anticipada y sistemática de polarización y confrontación con la que ataca al sistema democrático con la pretensión de anular al resto de fuerzas políticas.

Adicionalmente, muy atrás quedó y se difuminó la expectativa generada en la oferta política de campaña del presidente Bukele, de seleccionar un flamante, pulcro y talentoso gabinete bajo el imperio del mérito y las capacidades. Lo visto hasta hoy, salvo un par de respetables figuras como Morena Valdez y Luis Rodríguez, y lo rescatable de una destacada participación de mujeres, el resto no encaja con su discurso político y ha terminado imperando la selección de un gabinete en el que privan tradicionales vínculos familiares, compadres, lealtades de empleados de sus empresas familiares, roscas de amiguismos alegremente cultivadas, contubernio de intereses creados desde administraciones municipales, o el pago por respaldos político electorales a cambio de puestos de gobierno. Al final más de lo mismo.

¿Captura del Gobierno por intereses (nacionales o internacionales)?, ¿Será el peor enemigo del presidente, él mismo?, mucho está por verse; mientras, la ciudadanía ya no da cheques -y qué bueno- en blanco.