Dos hombres mayores que parecen ser viejos conocidos se encuentran en plena Alameda Juan Pablo II. Se ven, se dicen unas palabras, se quitan la mascarilla y se abrazan. Continúan su conversación unos minutos, se despiden y siguen su camino. Los hombres, claramente mayores de 65 años, incumplieron todas las normas de prevención para el Covid-19. Fue a plena vista de todos los que contemplábamos aquella escena de afecto en tiempos de pandemia.

Una empleada de un supermercado se baja la mascarilla a la barbilla para responder la pregunta que le hice sobre dónde estaba X producto. Yo la escuchaba perfectamente, no sé por qué se quitó la mascarilla y nos puso en riesgo a los demás. ¡Cómo cuesta con este tema!.

No sé cuánto le costó a la Fuerza Armada -bueno, a nosotros los contribuyentes en realidad- comprar caretas de protección para los soldados que estaban en los retenes durante la cuarentena. Me alegré cuando vi esa medida de protección a los soldados, hasta que pasé de vuelta y los ví con la careta levantada, tomándose una gaseosa en lata, riendo a carcajadas y hablando como en los viejos tiempos. ¿Y entonces de qué sirvió esa inversión en equipo de protección?

El colmo es funcionarios y precandidatos a 2021 que, buscando figuración, aparecen fotografiándose sin mascarilla mientras conversan con otras personas.

Si usted no usa mascarilla o la usa en la barbilla, no se me acerque y no se acerque a los demás porque usted potencialmente puede ser un foco de contagio o contagiarse por ese descuido terrible.

Está bien si no le cree al Gobierno o a los médicos sobre esa medida de protección, pero tenga la más mínima consideración hacia los demás. No se trata de pánico, se trata de responsabilidad hacia quienes interactúa.