En estos días que se busca elegir a un nuevo titular para la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) vale la pena preguntarse no solo sobre el rostro que dirigirá la institución sino replantearse el papel que la misma ha jugado o está jugando desde hace unos años.

Lamentablemente, la PDDH se ha convertido en una institución de escasa incidencia, con profundos conflictos internos, una crisis de legitimidad provocada por los últimos titulares que no han estado a la altura de las expectativas y necesidades de la ciudadanía.

El cargo de “defensor del pueblo” implica una magistratura moral intachable y que tampoco está separada del involucramiento de este en procesos políticos como el de formación de leyes e intervenir en procesos constitucionales en defensa de los Derechos Humanos de la población, labor que se extraña en los últimos años, a pesar de la trascendencia de las discusiones.

La PDDH parece estar totalmente desenfocada y los diputados deben elegir a un nuevo titular que recupere el ideal de los Acuerdos de Paz, que le dio origen a la institución. Un titular sin conflictos éticos, sin ataduras partidarias o con grupos de poder, realmente comprometido valientemente con el cargo y la institución.