Hable usted con un grupo de jóvenes involucrados en asuntos políticos y se dará cuenta de algo muy curioso, todos le dirán que lo hacen porque disponen de una alta vocación de servicio a su país. Están allí, le explicarán, porque están convencidos que de llegar a ostentar un cargo público podrán llevar a cabo proyectos encaminados a satisfacer las necesidades de miles personas ansiosas de ayuda.

En qué momento nació esta visión romántica sobre la política no sé, pero sin duda alguna ha de estar relacionada al constante bombardeo mediático por parte de nuestros gobernantes sobre su supuesto mesiánico rol en la sociedad. O quizás, se me ocurre, porque de una u otra manera, ya sea por influencia de sus padres, amigos o profesores, bastantes mentalizaron una visión distorsionada sobre su significado y lo que verdaderamente implica ponerse al servicio de otros.

La política, según la he llegado a entender luego de muchas horas de lectura y discusión, no es nada más que el debate sobre el uso del poder legítimo en una sociedad. Un debate en el que, como cualquier otro, participan actores con ideologías de todo tipo, entre los que se puede incluir, obviamente, a quienes perciben al Estado y a los políticos como un vehículo para hacer justicia social.

Pero más allá de lo superficial, es importante destacar otro asunto muy peculiar que pone en duda el carácter benevolente de la misma. Si servir significa hacer uso de medios propios o voluntariamente adquiridos de otros para ayudar a terceros, los políticos, quienes se valen de nuestros impuestos para hacer caridad, no pueden ser considerados como seres serviles. Son, en el mejor de los casos, cuando no están involucrados en actos de corrupción, viajando por el mundo en falsas misiones oficiales o haciendo campaña en horas de trabajo, personas que hacen caravana con sombrero ajeno.

Adicionalmente, si se considera que son ellos a través de sus iniciativas anti libre mercado quienes terminan socavando la generación de riqueza y condenando a quienes no trabajamos en el sector público a una vida llena de necesidades insatisfechas, es obvio que el adjetivo de servidores públicos no es el más adecuado para definir la verdadera función que ejercen dentro de una sociedad.

El verdadero servicio ocurre, aunque se niegue a cuatro vientos, en el sector privado. Son los empresarios de todos los tamaños, desde el pequeño campesino que siembra maíz al ejecutivo que vende carros lujo, quienes realmente cumplen con el papel de servidores público.

Son ellos, quienes irónicamente en la búsqueda de su propio beneficio, los que hacen posible, haciendo uso del proceso de intercambio, que día a día cada uno de nosotros tengamos acceso a comida, medicina, entretenimiento, vivienda y muchas otras cosas cuyo valor no apreciamos por estar ocupados en los quehaceres cotidianos.

Dicho de otra forma, el mercado, no la política, es sinónimo de servicio. Y por lo tanto, si realmente queremos contribuir al bienestar de los demás, deberíamos hacer lo posible para que florezca protegiéndolo de las garras intervencionistas de quienes buscan limitarlo.