El tema fue por mucho tiempo la bandera política de mayor relevancia. Se dijo que aquel que lograra reducir los homicidios pasaría a la historia como lo mejor que haya tenido el país; pues bien, ahora tenemos una reducción significativa, igual o mejor que aquella registrada en 2012-2013, cuando el Gobierno Ejecutivo anunció su milagro: la “conversión espiritual” de las maras y su decisión de dejar de matarse y de matar a inocentes en los barrios. La celebración de aquello duró poco, al ser evidenciadas las jugadas detrás de la famosa tregua. Eso incluyó los movimientos de reos de máxima seguridad a cárceles comunes, privilegios en comidas, fiestas, visitas, hasta efectivo movilizado de las tiendas penitenciarias para favorecer aquella idea que mejor era negociar que seguir el baño de sangre.

Cuando se desenmascaró la tregua negociada entre el gobierno y las maras, con apoyo de la OEA y otros personajes nacionales, como un vil negocio político, los números volvieron a su ritmo y de nuevo el alza de homicidios apareció como una ola imparable; la tregua fue un fracaso pero nos permitió ver la oscura mente de la política nacional; aparecieron los vídeos de ministros, diputados, alcaldes, todos en reuniones para “negociar” con las pandillas el control territorial, los votos, la paz de las administraciones, mientras ellos seguían gobernando.

De aquella historia a la de hoy día ¿ha cambiado algo? ¿Tenemos hoy realmente una reducción por efecto de un buen accionar de la policía y las fuerzas armadas? En cuatro meses de gobierno las estadísticas cayeron a 3.6 muertos diarios y de continuar, a las puertas de 2020, El Salvador será el país más seguro de la región y pasaremos a una mejor atmósfera de vida, pero, ¿es esto así de consistente?

El gobierno Bukele inició con mano dura y continuó los enfrentamientos directos iniciados en la era Sánchez Cerén contra las pandillas en los territorios; por eso nos ganamos de la ONU el reclamo por violación a los derechos humanos y aparecieron de nuevo las cifras de “ajusticiamiento” a manos de elementos de la PNC; incrementaron las restricciones en centros penales; se ha eliminado la señal telefónica con amenaza de cerrar empresas de telefonía; se redujeron las visitas de familiares; se violó la ley penitenciaria en algunas de estas medidas, las cuales luego fueron nuevamente restablecidas al obtenerse bajas significativas en los asesinatos. En esta historia sobresalen tweets amenazando con retornar a las restricciones si los asesinatos no ceden ¿podría inferirse de ello un forcejeo o negociación? ¿Estamos frente a un escenario realmente seguro o frente a mejor capacidad de esa negociación? Los desaparecidos que comenzaron a ser noticia, tuvieron un repunte llegando a ser tantos como muertos; para muchos solo se disfrazaba la cifra de muertos entre desaparecidos y parece que eso también comienza a reducirse, lo que llena de entusiasmo a todos.

En paralelo, en los lugares donde ha dominado la mara se sabe de muchas muertes y desapariciones de líderes de estos grupos; la gente calla pero agradece y se respira mucha más tranquilidad; la gente aprecia la presencia militar; la PNC ha bajado perfil mediático; quien tiene presencia y respuestas es el ministro de Defensa, lo que nos hace dudar sobre si del estado policial estamos transitando al policial militar; por ahora no importa, tenemos buenos resultados.

El tema de los homicidios pareciera resuelto, sin embargo la política salvadoreña no parece suficientemente transparente como para decir si la situación está bajo control o lo está temporalmente, mientras se busca la aprobación legislativa de muchos millones de dólares para las fases 2 y 3 del plan, dinero que podría traer cumplimiento a promesas puntuales que desmonten la violencia o si serán lapsus de reorganización de las maras para retornar si no hay mejores negocios, quién sabe; por ahora la cifra garantiza al gobierno ser el que mejor ha hecho el papel en los últimos 15 años sobre el tema, vale la pena regocijarse por el éxito obtenido.