Hace unos años mis hijos me hicieron una pregunta de difícil respuesta: “¿quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos en la guerra?”, me preguntaron un día de tantos. Respiré profundo e intenté dar la respuesta más balanceada según las circunstancias.

Ayer que escuché a las víctimas del conflicto ante una comisión de la Asamblea Legislativa que discute la nueva Ley de Reconciliación, me alegré mucho que mi respuesta fue la más justa y balanceada que pude encontrar.

En las guerras no hay buenos ni hay malos. Quien es capaz de asesinar a otro por razones políticas, religiosas o de cualquier otra índole no puede ser bueno. Hay víctimas y las hay de todas las partes. Otra cosa es que usted sea afín con una de las partes por razones ideológicas o por experiencias personales, pero quien hace la guerra no puede ser bueno.

Yo le conté a mis hijos la dura verdad con dos ejemplos. Les conté la historia de la hermana gemela de una buena amiga de la familia. La joven era estudiante universitaria en la UES y un día de tantos fue desaparecida junto a su novio. Nunca más volvieron a saber de ellos pero está claro que fue secuestrada por escuadrones de la muerte de derecha que veían comunistas hasta en la sopa. También les conté la historia de otro amigo apreciado por mi familia. A él le asesinaron a su padre, un reconocido intelectual anticomunista. Fueron guerrilleros que lo acribillaron a balazos sin mediar palabra, solo porque pensaba diferente a ellos.

Las víctimas son víctimas y no hay justificación para las horribles violaciones a los derechos humanos que cometieron tanto la guerrilla como los militares y escuadrones de la muerte. Nunca será tan fácil como pensar que hubo buenos o malos en la guerra. Quien asesina no puede ser bueno.