Siempre se atribuyó al general Omar Torrijos Herrera, un verdadero hombre fuerte y habilidoso estratega expresidente de Panamá que logró magistralmente recuperar la soberanía del Canal de Panamá, la “finta” gráfica ilustrada en la expresión política “poner la vía derecha, pero al final, cruzar a la izquierda”.

El próximo mandatario salvadoreño que iniciará su periodo el 1 de junio pareciera haberlo aplicado al revés, puso la vía a la izquierda durante la campaña y al llegar a la esquina de la intersección de The Heritage Foundation, dobló a su derecha. Sus fintas son el acomodo de una calculada apuesta por sus necesidades coyunturales por lo que mal harían quienes con el binocular ideológico pretendan seguir su zigzagueante y aparentemente errático paso.

El problema inmediato de la administración Bukele será desesperadamente contar con una correlación favorable en la presente legislatura que le permita al menos acomodar sus proyectos en los siguientes 18 meses, sin renunciar a su apuesta por el resultado de la próxima elección legislativa del año 2021.

En este lapso su mayor esfuerzo será mostrarse como el mejor proyecto político de remplazo a la derecha tradicional, danzando sugestivamente con su discurso ante los ojos de poderosos grupos económicos que se muestran deslumbrados por las provocativas contorsiones -en su afán por cautivar a esas elites- que hoy muestran reveladoras coincidencias donde antes solo había críticas, sobre la premisa que el resultado de la última elección le permitió capitalizar significativamente el descontento de izquierda y hoy necesita dividir y atraer la simpatía de la derecha.

El primer movimiento diplomático del presidente electo Bukele ha sido revelador, incluyó la protocolar visita al Presidente de México Andrés Manuel López Obrador, interpretada por distintos analistas como una maniobra superficial para darse un poco de baño de progresismo. En ese espacio acomodó el discurso a la templanza de su anfitrión; mientras su jugada estratégica estaba rumbo a la muy simbólica visita a la ultra conservadora Fundación Heritage, espacio donde se esculpen las más duras políticas antiinmigrantes. En este escenario su discurso estuvo preñado del simbolismo ya conocido en la diplomacia sumisa de gobiernos anteriores durante el conflicto armado: el beso a la bandera norteamericana.

Y es que el problema no radica en la necesaria cordialidad que ameritan las necesarias relaciones con nuestro gran vecino del norte, con quien a lo largo del periodo de paz y desde los últimos gobiernos se han cultivado relaciones de cooperación y pleno respeto; sino en la falta de hidalguía del próximo gobernante para defender expresamente a nuestra niñez y población migrante de los atropellos, vejámenes y desprecio de que son objeto por la brutal política represiva y discriminatoria de la administración Trump; y en la miopía política de unilateralizar nuestra política exterior en el contexto de un mundo multipolar, con relaciones internacionales cada vez más plurales.

El compromiso asumido por el próximo gobernante en ese espacio ultraconservador de terminar en un quinquenio con la migración, no es racional en términos del desarrollo económico y social que requiere mucho más de un lustro; y menos racional en una sociedad como la nuestra históricamente migrante. Por lo tanto, el acuerdo alcanzado en la reunión con el señor Bolton es más que sospechoso. Los salvadoreños deben conocer qué tipo de acuerdos represivos han sido comprometidos por el señor Bukele para terminar con la migración a espaldas de la opinión pública.

De la misma forma en el discurso del señor Bukele hubo un compromiso de un Estado limitado, entendido por los analistas como reducción y debilitamiento al estilo de los gobiernos neoliberales, en un momento en que los compromisos del cumplimiento de los Objetivos del Milenio para superar la pobreza y elevar la salud y la educación, requieren de un Estado cada vez más fuerte y comprometido con el progreso social.

No obstante, el calculado acomodo del discurso poselectoral del señor Bukele de su proyecto de derecha disfrazado de centro -que conecta mejor con la modernidad comunicacional de los nuevos tiempos- muy probablemente busca ofertarse en el espacio político tradicional que ocupa Arena, desplazándola ante los ojos de un importante sector de estas élites económicas, que también ven en Arena a una obsoleta, vieja, desprestigiada, desgastada y oxidada maquinaria electoral, poco atractiva después de tres elecciones presidenciales fracasadas. Mucho está por verse.