A Carlos García, de 45 años, lo vi hace unas tres semanas en su oficina contable, estaba saludable y contento porque su hijo mayor había defendido con éxitos la tesis de la licenciatura en Ciencias Jurídicas. “Te prometo que llegará a ser magistrado”, me dijo con la alegría que sentimos los padres cuando nuestros hijos logran triunfos académicos.

El sábado pasado un amigo en común me habló para comunicarme la infame noticia del fallecimiento de Carlos a causa del coronavirus. Lo enterraron el domingo y a su entierro solo acudieron sus parientes más cercanos.

Carlos era atleta, solía correr todos los días cinco kilómetros y se había declarado vegano. No tomaba ni fumaba, ni siquiera consumía bebidas azucaradas mucho menos gaseosas. Cada año se hacía un chequeo de salud completo y se placía de estar sano y saludable.

Hace unos diez días comenzó a sentirse cansado y fue a pasar consulta. Tras los exámenes los médicos le confirmaron que estaba contagiado de coronavirus y hubo necesidad de internarse. La madrugada del sábado sufrió un paro cardíaco a raíz del virus. Mi amigo, hasta antes de contagiarse, era un tipo profesional, atlético, saludable y un gran ser humano. El Covid-19 no respeta a nadie.

No sabemos como Carlos se contagió, pero en teoría él no presentaba condiciones para enfermarse y morir. Su esposa y sus dos hijos han resultado negativos, pero aún así guardarán cuarentena domiciliar.

No creo que Carlos haya bajado la guardia. El día que por motivos profesionales lo visité tenía puesta su mascarilla, una careta, y alcohol gel para él y sus visitas. Seguía un estricto protocolo sanitario. Sin embargo, en algún lugar se contagió.

Los salvadoreños no nos debemos confiar. Bajar la guardia es letal. El virus anda latente, con tanto caso asintomático cualquiera puede estar contagiado e involuntariamente contagiar a otros cuyos organismos pueden presentar síntomas fatales. No es cierto que solo las personas con enfermedades crónicas degenerativas o con padecimientos de salud mueren. La muerte le llega a cualquiera, si hay un descuido.

La reapertura de la actividad productiva en el país no implica de ninguna manera bajar la guardia. Al contrario tenemos que cuidarnos mucho más, porque un rebrote o una segunda ola de contagios masivos pueden provocar consecuencias verdaderamente críticas. Países de primer orden en cuanto a sistemas de salud han sufrido rebrotes que han provocado más muertes y cierres de actividades económicas. Si Inglaterra, Francia, España, Alemania, Italia y otras naciones poderosas han sufrido segundas olas de contagios, nada garantiza que en El Salvador no pueda ocurrir lo mismo con consecuencias fatídicas.

Un nuevo cierre productivo en el país puede ser el acábose económico para la nación, de por sí ya endeudada hasta el copete y con niveles de desempleo inimaginables. Una nueva ola de contagios seguramente sería el colapso total del sistema sanitario, el cual hasta ahora ha tocado límites del fondo mientras la clase política vocifera culpabilidades entre ellos.

Los salvadoreños debemos ser responsable. Ya no tiene validez aquello de “quédate en casa si no tienes nada que hacer fuera de ella”. Hay que salir a trabajar y cumplir encomiendas con mucha protección y responsabilidad para no llevar el virus al trabajo ni al hogar.

Hasta ahora me parece que nos estamos comportando irresponsablemente. Basta con ver los partidos de la Primera División, pues si bien han limitado la cantidad de aficionados, de nada sirve si están todos “amontonados”. En el centro de San Salvador son miles los ciudadanos sin mascarillas, en la mayoría de negocios no hay protocolos de higienización, muchos actos religiosos se realizan sin ningún control sanitario, en los mercados la gente anda a su libre albedrío retando a la suerte, en buses y microbuses es utópico controlar que no anden pasajeros apretujados o parados en las horas pico. En fin, la población se desbordó y dominados por la necesidad u otros factores han salido a las calles sin seguir lineamientos sanitarios.

Dios ayuda, pero debemos poner de nuestra parte para no exponernos. Es triste despedir a nuestros parientes o conocidos porque luego no valen los lamentos. Mi amigo Carlos ya descansa en paz, pero a su esposa y a sus hijos ningún consuelo les quitará el dolor de haber pedido a un buen hombre. Por favor, no bajemos la guardia.