Es un enigma cuándo dispondremos de una vacuna efectiva, segura y accesible contra el Covid-19 y, seguramente, no está lejos el siguiente capítulo de esta saga de amenazas virales y bacteriológicas cernidas sobre la humanidad, que ya son parte de la “nueva realidad”.

A los graves efectos sociales, económicos y políticos producidos por este virus hay que sumarle la errática manera de los gobiernos de enfrentarlo, unos más que otros. La CEPAL ha pronosticado que en la región centroamericana El Salvador será el más afectado, debido al mayor desplome del PIB (-8.6%), anunciando que incrementará la pobreza afectando al 40.2% de la población y que tendremos un retroceso mayor a diez años en desarrollo.

La FAO y OMS advierten del grave riesgo para países vulnerables de una hambruna de proporciones bíblicas, debido a la falta de estrategias integrales que garanticen seguridad alimentaria ante el bajo ingreso familiar, a la caída de empleos, la baja productividad y disminución de las remesas, colocándonos en el nivel de países en conflicto como Afganistán, Siria e Irak.

Estas alertas deberían encender alarmas para desplegar la mayor unidad de nación ante semejante amenaza; sin embargo, todo indica que se agotaron los mecanismos para alcanzar consenso interinstitucional y político que conduzcan a la cohesión necesaria para enfrentar la crisis. Los posibles mediadores nacionales fueron descalificados por el ejecutivo, mientras los mecanismos de mediación internacional están concentrados en sus prioridades.

La bancada legislativa del Frente ha demostrado firmeza, pero la oposición en conjunto es débil, políticamente desarticulada, desmovilizada por la pandemia, aislada en conflictos internos, sin un proyecto político aglutinador; dejando el camino libre a la febril ambición de poder presidencial y a la voraz amalgama de grupos que se aprovechan del gobierno que tampoco disponen de un proyecto político, ni de un plan de salida a la crisis, pero que han capitalizado el descontento de amplios sectores contra el partidismo tradicional. Estos niveles de aceptación les han permitido una pasmosa impunidad y permisividad del abuso de los recursos del Estado que les empujan al despeñadero de una falsa salida electoral, buscando una mayoría legislativa que les garantice un órgano sumiso y dócil a los caprichos de un presidente que pretende más poder, a la usanza de los tiempos de “conciliación”.

La nación siempre pudo salir de momentos críticos de estancamiento estratégico: ocurrió con los trece años de dictadura del general Martínez y su estrepitosa caída tras la Huelga General de Brazos Caídos en 1944; así como con el estancamiento que en 1984 llevo al frente guerrillero a una estrategia de “Resistir, Desarrollar y Avanzar” acumulando fuerza y experiencia hasta construir la salida del empantanamiento mediante la ofensiva militar “Hasta El Tope” en noviembre de 1989, abriendo paso a la solución política del conflicto.

El declive de la izquierda y sus periodos de gobierno ocurrieron debido al estancamiento e incapacidad de gestar nuevos métodos y liderazgos, a su distanciamiento de la base histórica y del pueblo y a la incapacidad de lograr transformaciones estructurales para el país. Esta pérdida de rumbo condujo a derrotas electorales municipales, legislativa y presidencial (2018 y 2019); sin embargo, el movimiento político emergente encabezado por Bukele se diluyó. No pudo configurar un proyecto político alternativo, ha sido incapaz de liderar salidas a la crisis, sus figuras, métodos y prácticas son cada vez reflejo del pasado que critican y su púnica plataforma es la clásica polarización “o conmigo o en contra de mí”.

Las improvisaciones, venganzas, guerras políticas del presidente, su campaña adelantada, su incapacidad de gestión profundizan la crisis social, económica y fiscal. El exorbitante endeudamiento paga las tasas más altas de interés en la región, es grave el cierre de programas sociales, la amenaza con aumento de impuestos regresivos, baja productividad y caída de remesas. Este panorama en conjunto incrementan el riesgo de sostener la dolarización, volviendo atropelladamente al Colón, crece el riesgo de un corral financiero que profundizaría el hambre, mayores deficiencias del sistema de salud y una menor calidad en la educación y la pregunta es: ¿cuál es el plan del Ejecutivo para enfrentarlo?

Salir del estancamiento, construir una nueva correlación y una hoja de ruta para salir de la crisis dependerá entonces, principalmente, del grado de claridad y conciencia en la sociedad, de una efectiva labor esclarecedora que contribuya a la reflexión para elevar los niveles de participación y organización comunitaria y sectorial, y de un mayor protagonismo de los alcaldes y sus concejos, pudiendo acelerarse si la oposición y la izquierda encuentran el camino extraviado.