Los científicos han establecido un paradigma, es decir una verdad absoluta e indiscutible, que podemos expresar en pocas palabras: Toda causa, tiene un efecto. O podemos decir que todo efecto, tiene una causa. La causa es el origen y el efecto, el resultado de aquella. Por ese motivo, me parece una lucha insulsa, salpicada de necedades irrazonables, incubada a raíz de las declaraciones sensatas, expresadas recientemente por el doctor Oscar Santamaría, excanciller de la República y uno de los firmantes de los Acuerdos de Paz, en Chapultepec, México en 1992, que puso fin al conflicto fratricida de ese lejano, pero siempre vívido drama que sufrimos y quien dijo que no debemos olvidar las causas que dieron paso a tan doloroso suceso histórico, lo que bastó para que surgieran voces discordantes, incluso de personas que, para el tiempo de esa guerra interna, eran unos niños pequeños o aún no habían nacido.

En mi rol de periodista salvadoreño y, además, corresponsal de un periódico estadounidense, pude ver muy de cerca muchos acontecimientos, entre las tropas del Ejército y las fuerzas guerrilleras, incluso crueles actos de barbarie de ambas partes beligerantes que, de narrarlos, provocarían asco y rencores tardíos, que motivan precisamente a mantenerlos en silencio y llevármelos hasta el final de mi existencia. Por esas cosas y otras más, estoy de acuerdo en que debemos estudiar y analizar, sin pasiones ni parcialismos, no solamente las causas que originaron la guerra civil, sino también sus efectos dañinos, víctimas y destrucciones masivas.

El binomio fatídico no puede separarse en forma arbitraria, pero por razones de orden lógico, lo indicado es partir de las causas originadoras, luego analizar sus efectos como víctimas, daños incalculables, efectos en el quehacer humano y económico, migraciones forzosas, etc. para concluir con recomendaciones adecuadas y políticas de gobierno postconflicto, mismas que sólo a ras de brocha gruesa hemos visto realizar en estas últimas tres décadas de aparente tranquilidad social y cuya carga, a nuestro parecer, cada vez más se vuelve pesada y amenazadora, como siniestro preámbulo de aquel libro sangriento del conflicto que confiábamos haber cerrado sus tapas fúnebres, para guardarlo perpetuamente en una librera de siete llaves...

Si queremos evitar muy a tiempo un nuevo conflicto civil, quizás con superior magnitud fatal a la que tuvimos con el sufrido hace varias décadas y que concluyeron en Acuerdos de Paz esperanzadores, debemos deponer honestamente posturas individualizadas, particulares, o políticas, con el solo fin de alimentar hogueras fratricidas que nadie, en su sano juicio, desearía volver a verlas encendidas en el territorio patrio.

Lo dicho por el estimable doctor Santamaría, con toda seguridad fue expresado al observar, como todos lo hacemos, asomos fatídicos y que, precisamente, por ser hasta el momento leves asomos, urge regresar a los años prebélicos y poder comprobar que las causas etiológicas del conflicto fratricida de aquel entonces y que cobrara miles de vidas inocentes y paralización momentánea de nuestro desarrollo integral, son muy parecidas o semejantes, a las que asoman siniestramente en el ámbito actual. No se trata de contradecir al gobierno. El orden lógico de análisis indica que deben estudiarse primero las causas que originan un fenómeno natural o social, o sea, su efecto. Es hora de hacer ese análisis casuístico, tal y como lo indica la recta razón y el conocimiento sabio y lógico de las ciencias sociales.