Poco a poco, por medio de las noticias y comentarios internacionales, se ha ido descorriendo el velo de la grave crisis alimentaria derivada del conflicto entre Rusia y Ucrania, que podría afectar gravemente a los países del mundo, incluyendo al nuestro que, por su pequeñez territorial y una producción escasa en alimentos básicos para la mayoría de nuestra población, sería una situación alarmante de nefastas consecuencias, según juzgan entendidos en materia nutricional.

Mientras el mandatario Nayib Bukele, nos distrae con sus tácticas y declaraciones sobre su probable reelección inconstitucional en la Presidencia de la República, apoyado por partidarios y funcionarios pertenecientes al oficialismo nacional, sumándose a ello los diputados legislativos y magistrados de la Corte Suprema de Justicia, misma que por sus retorcidas interpretaciones sobre dicho tema pétreo, ha dejado de ser aquella “Honorable Corte” que conocimos en nuestra época estudiantil, en la dinámica Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador de hace varios decenios, el espectro de una hambruna jamás vista en la historia de la humanidad, poco a poco se dibuja en el ambiente del planeta entero, con caracteres relevantes y que, a nuestro juicio, ya deberían haber puesto en marcha al Estado, porque, de estallar ese fantasmal aspecto, acarrearía conflictos socioeconómicos alarmantes e inimaginables.

Recuerdo perfectamente un episodio de hambruna cuando era niño. Como una torpe protesta contra el recién inaugurado mandato del general Salvador Castaneda Castro, los grandes productores de cereales básicos (maíz, maicillo, frijoles y arroz), embodegaron esos productos o los encarecieron tanto que las familias de escasos recursos no pudieran adquirirlos, todo con el afán politiquero, siempre mezquino, de que el pueblo enardecido se levantara en contra del novel mandatario. Aún evoco cómo mi santa madrecita se dirigía a la huerta casera a cortar racimos de guineos majonchos verdes, para molerlos en una piedra artesanal y con la masa obtenida, nos hacía tortillas en un comal casero, para los cipotes que siempre teníamos “hambre” por esas delicias hogareñas.

Ante la gravedad del caso y para evitar disturbios, Castaneda Castro (derrocado el 14 de diciembre de 1948 por buscar su reelección), ordenó al Ejército, nuestro amado y respetable “brazo armado del pueblo”, requisar cereales embodegados por los productores inconscientes. Recuerdo que mi padre, oficial de alta entonces en el llamado 13º.Regimiento de Infantería, con sede en San Miguel, salió con una compañía de soldados a unos cantones de Moncagua y otros sitios, donde la inteligencia había detectado almacenamientos subrepticios de tales cereales y proceder a su decomiso, subirlos a viejos camiones y transportarlos para su venta a precios baratos en las alcaldías vecinas. Una vez más en nuestra historia, nuestra Fuerza Armada cumplió su deber patrio en favor de la sociedad civil y con estricto apego a la Constitución de la República.

El espectro del hambre, es ya una terrible y espantosa realidad en varias naciones africanas. Es hora de ponernos en alerta si ese fenómeno indeseable tocase nuestras fronteras. Mientras los politiqueros y ahora, hasta con acompañamiento de líderes religiosos de diferentes credos, se empeñan en la reelección futura del señor Bukele, a sabiendas que la Constitución actual es clara y determinante en prohibirla, la escasez y la carestía de alimentos cuasi asoma su faz siniestra en los mercados nacionales, Considero, respetuosamente, que este grave fenómeno debe ser, hoy por hoy, la actividad primaria tanto del gobierno, como de la empresa privada y sociedad en general.