Por enésima vez, nuestro país ha sido trágico escenario de la acción destructiva, muy propia de la época lluviosa que, año con año, causa muchas víctimas personales y cuantiosos daños materiales, sobre todo en zonas agrícolas, tal y como hemos vuelto a contemplar con el paso de la tormenta tropical “Julia”, hace menos de dos semanas. Más de diez personas perecieron y miles de manzanas cultivadas de maíz, se perdieron por la fuerza de las lluvias copiosas que, incluso, provocaron inundaciones en distintos lugares del territorio, especialmente en las zonas oriental y costera que, tradicionalmente, conforman el denominado “granero del país” desde tiempos pasados.

La recurrencia anual de los fenómenos meteorológicos en esta época terminal del calendario debía ser motivo, más que suficiente, para que el Estado, mejor dicho, los funcionarios del gabinete en lo económico, medioambiental, salubridad y obras públicas, aunando esfuerzos y partidas presupuestarias, hubiesen ya planificado con bastante antelación las medidas adecuadas y convenientes que evitaran el colapso de las copiosidades pluviales en aquellas áreas que, casi en forma invariable, causan víctimas mortales y daños cuantiosos en viviendas, cultivos y ganados.

Tiempo de sobra han tenido, y seguirán teniendo, los llamados técnicos en estas cuestiones previsoras, hasta para formular un calendario de estos acontecimientos fatales e incluso hasta elaborar un mapa de zonas riesgosas, documentos básicos para planificar una política tanto de previsión como de acción oportuna en caso se efectúen estos acontecimientos que, en forma periódica anual, enlutan a humildes familias del agro nuestro y áreas marginales.

Lo que dejo anotado no es una labor de seres extraterrestres. La meteorología, como muchas ciencias, ha avanzado mucho que, incluso, por medio de satélites, podemos observar, casi al instante mismo de su aparición o surgimiento, lo que puede provocar un tifón en Asia, o un torbellino lluvioso recién salido de las costas africanas, con dirección a las Antillas caribeñas. Creo que el Almanaque Bristol ya no se vende con la profusión de antaño, cuando mis abuelos maternos, agricultores en grande de cereales diversos y frutas como naranjas, sandías y melones, allá en mi querido y natal departamento de San Miguel, lo consultaban frecuentemente, de manera especial, leían las fases lunares para saber cuándo era propicio sembrar o cosechar. Por ejemplo, sembrar en luna menguante solo, según la sabiduría de los abuelos, podría augurar una cosecha escasa, muy diferente si ellos sembraban en luna creciente.

Es inaceptable y reprochable que el actual gobierno, con tantos adelantos técnicos y científicos, no haya planificado los recursos necesarios y las oportunas medidas de evacuación a concretarse en caso de una emergencia, contentándose únicamente con la habilitación repetitiva de albergues ya construidos, hasta el grado de lamentar el trágico fallecimiento de cinco soldados y uno lesionado, a raíz de haber colapsado un muro y caer sobre la casa que les servía temporalmente como refugio, mientras pasaba la impetuosidad de la lluvia en los instantes en que el titular de la Defensa Nacional competía, sin peligro alguno, en una carrera maratónica en una ciudad estadounidense. ¿Cómo es posible que cuando el mismo gobernante Nayib Bukele, había decretado estado de emergencia nacional, el ministro de Defensa, Merino Monroy, participaba de un evento deportivo, en una ciudad estadounidense? Por favor, no vayan a salir con aquel pretexto de que “la invitación a participar la recibieron semanas antes de que llegara la tormenta tropical al país” porque, ante una emergencia nacional, esta adquiría prioridad. Eso nos lleva a exigirle al actual gobierno del Estado: ¡Ya basta de improvisar! Planifiquen bien las actividades que les corresponde efectuar y dejen de inventarse cuentos de camino real...