En el capítulo diez del libro bíblico “El Éxodo”, encontramos cómo Dios, por medio de sus profetas Moisés y Aarón, castiga la obstinación y soberbia del faraón de su época, al no permitir que salga el pueblo judío de Egipto, enviándole una plaga de langostas, cuya voracidad en destruir cosechas y árboles es muy conocida en los anales agrícolas de casi todo el mundo.

La descripción que hace este capítulo sagrado está referida a la destrucción de las cosechas, arboledas y yerbas cultivadas a las orillas del Nilo por una plaga inmensa de langostas, enormes insectos de alas rectas y muy membranosas, cuya característica primordial es que se agrupan en enjambres constituidos por millares y que tienen la mortal capacidad de poder exterminar muchas extensiones de cultivos y vegetaciones en cuestión de poco tiempo, tal como lo vieron y vivieron en carne propia nuestros abuelos en el país y que don Arturo Ambrogi lo relata, con vívido realismo, en su libro “El Jetón”, precisamente en una narración que denomina “El Chapulín” (nombre con el cual se conocieron las langostas, también conocidas por chacuatetes).

En aquellos lejanos tiempos no había insecticidas conocidos, mucho menos avionetas de riego y los sistemas de prevención de estas plagas eran poco sabidos por estos lares. Lo único era espantar las pavorosas mangas de insectos hacia los ríos y que se ahogaran, o simplemente, arrodillarse en oración al cielo y contemplar, impotentes y llorosos, como las plantaciones de milpa, frijolares y otros cultivos, así como los árboles, yerbas silvestres y gramales, sucumbían ante la feroz voracidad de aquellos insectos, que se movilizaban con rapidez inaudita de un terreno a otro…

Por casi un siglo, el peligro de las langostas pareció desaparecer en el planeta. Pero, poco a poco, de manera imprevista, como suele surgir toda plaga o epidemia, fueron apareciendo en ciertas naciones africanas, pequeñas mangas de estos insectos del orden de los acrídidos (así llamados por tener sus patas divididas en tres artejos), a las cuales se les mantuvo, por un tiempo, controladas. Sin embargo, el espectro inofensivo de hace pocos años, hoy se ha transformado en un peligro enorme, de grandes dimensiones y que pone en alto riesgo la seguridad alimentaria para millones de personas. Preocupados por la pandemia del coronavirus denominado Covid 19, posiblemente muchísimas personas pasamos inadvertido el aviso de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida por sus siglas FAO y que publicara oportunamente este medio noticioso en su edición del pasado miércoles 18 de los corrientes, bajo el siguiente titular “ONU alerta de las “nuevas oleadas” de plaga de langosta avanzando en África” y en el mundo actual, con los modernos y asombrosos sistemas de comunicación y facilidades de transporte de un continente a otro, no se puede pasar por alto que lo sucedido en equis nación o parte del globo, puede tener repercusiones en el mundo entero, como lo estamos observando con esta pandemia viral.

Aunque se inició en una ciudad china, el virus viajó rápido a todo el globo y, asimismo, puede suceder con estas oleadas de langostas y acabar de hundirnos en la desesperación y la tristeza.

El mayor riesgo con las langostas es que no solamente acaban pronto con los cultivos de cereales, sino prácticamente, con todo lo que pertenece al reino vegetal. Árboles de toda clase; plantas florales; árboles ornamentales, de sombra y frutales; hortalizas; yerbas, etc. caen en pedazos ante las mandíbulas de estos feroces insectos que no respetan ni siquiera las pequeñas yerbas silvestres. Según la información, la FAO ha advertido que, por ahora, los desiertos de Kenia, Etiopía y Somalia “están siendo recorridos” por “nuevas oleadas” de langostas y que ya constituyen un inmenso y próximo peligro de que los agricultores y sus familias en esas naciones africanas “pierdan sus cosechas y con ello surja el espectro de las hambrunas, al carecer de alimentos suficientes y necesarios” en toda la zona oriental del continente en mención.

Solo esos tres países cubren un área de más de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados y con una población conjunta de muchos millones de personas. Estos datos nos pueden dar, desde ya, una imagen del drama espantoso al que podrían enfrentarse, si antes no toman sus gobiernos las medidas pertinentes, ante esas nuevas oleadas de langostas voraces, como ha calificado la FAO dicho problema y que podría afectarnos, tarde o temprano, en nuestro continente.