El Salvador finalizó en 1992 -tras la firma de los acuerdos de paz- un conflicto interno complicado, un conflicto que dejó, según las cifras mediatizadas, unos 80 mil muertos, miles de millones de dólares en pérdidas económicas, miles de desplazados y cualquier cantidad de infraestructura productiva y social destruida; fue un conflicto con un fondo revolucionario que nació con la visión del derrocamiento gubernamental por la fuerza, usando las armas, levantando las masas contra el gobierno represor, tirano y oligárquico que, defendiendo los intereses de los más ricos, usó toda su fuerza para detener el levantamiento.

La otra versión diría: un conflicto con un fondo político ideológico en el que el ejército, cumpliendo el mandato constitucional y las órdenes del poder establecido, defendió la integridad del territorio, de la Presidencia de la República y del orden social, político y económico usando la fuerza contra la agresión comunista, expansionista.

¿Entiende ahora el lector por qué ésta no era una guerra como cualquier otra guerra? Existieron dos bandos, es cierto, dos fuerzas armadas, una constitucional creada y establecida por ley para cumplir funciones y otra ilegal, creada en la clandestinidad para atacar y sacar del poder al gobierno en turno; no era una guerra de una etnia contra otra ni de un país contra otro, era un grupo de salvadoreños asociados en el FMLN como guerrilla, contra otro grupo de salvadoreños empleados en una institución llamada Ejército, que cumplía la orden de defender al gobierno y al pueblo en general.

En este forcejo, ambos bandos usaron todo lo que tenían: estrategias, gente y armas, apoyo logístico nacional e internacional; cada uno se dispuso como mejor le parecía; un bando estableció como objetivo militar toda la planta productiva y todo ciudadano que se relacionara directamente con el Estado; instaló la estrategia de “guerra popular prolongada” que era debilitar poco a poco al Estado, a la economía de las personas, a la productividad para vencer la resistencia y aumentar la presión social contra el enemigo. El otro estableció como objetivo militar todo aquello que apoyara o estuviera cerca de los grupos guerrilleros, amigos, parientes, organizaciones, cualquiera que les colaborara; estableció la estrategia “cortar todo apoyo” para debilitar al enemigo y forzarlo al aislamiento.

En todos los escenarios hubo abusos, unos pensaron que la tierra arrasada era suficiente disuasivo; otros que poner carros bomba en lugares públicos, matar alcaldes o ametrallar turistas era suficiente mensaje de poder. En ambos bandos hubo criminales disfrazados de soldados, otros de guerrilleros, verdaderos maleantes, violadores, incluso locos, pero todos cubiertos por sus dirigentes o mayores de rango; en ambos bandos se infiltraron secuestradores, ladrones y traficantes de drogas; la guerra llegó a ser un buen negocio para todos, para los dos bandos y para las altas jerarquías de ambos lados.

En medio de todo ese absurdo tiempo, quedamos los ciudadanos, los llamados civiles, los que pusieron los muertos eventuales o daños colaterales y los hijos que se vistieron de soldados y de guerrilleros, es decir, jodidos por todos lados; esta guerra la sufrimos todos, no solo los ricos, de hecho los ricos se fueron, sobrevivieron, los pobres seguimos siendo pobres pero ahora con el dolor de perder hijos, padres, madres y amigos. Todos perdimos algo, aunque siempre hay quienes más que otros, ¿pero ganadores? Ninguno. También en medio quedaron otros cómplices que no se mancharon de sangre pero envenenaron mentes, alimentaron ideas, crearon escenarios, adoctrinaron, entregaron dinero, prestaron sus bienes, colaboraron con…usaron sus púlpitos, sus organizaciones, sus cargos, sus posibilidades para…

El FMLN como fuerza guerrillera, en su último intento por tomar el poder, se metió en San Salvador y destruyó lo que pudo, golpeó en su ofensiva final y fue su final; no logró más que a sangre de niños y civiles ser considerado como fuerza beligerante para el diálogo y el Gobierno repelió con lo que pudo la ofensiva; se tomaron decisiones finales, pero fue su final, no logró más que como fuerza beligerante ser llamada al diálogo porque tampoco pudo más; cientos de muertos quedaron en sus manos en “defensa del pueblo”.

Por donde lo vea no hay ganadores ni bien librados, la ley de amnistía era lo único posible y sigue siendo la única opción para cerrar las heridas, el dolor y la historia; cada quien tome lo suyo y perdone; reabrir ese pasado será peor que no haberlo juzgado, hay cosas que pasaron que será imposible resarcir y solo volverá a clavarnos dagas en los corazones; el perdón en sí mismo es justicia porque el que perdona caminará recto y encontrará recompensa. ¿Se puede perdonar sin verdad? Sí. ¿Se puede perdonar sin que te pidan perdón? Sí. ¿Se puede vivir siendo la víctima? Sí…

Jesucristo es el ejemplo y de eso necesitamos más que de juicios hechos por hombres con corazón de venganza…