Si no lo hubiese visto impreso, jamás habría creído que profesionales salvadoreños de reconocida inteligencia simplifiquen la cuestión de la amnistía diciendo: “A mí que un anciano de 80 años vaya a la cárcel no me va a devolver a los seres queridos ni me quitará un gramo del sufrimiento que tuvimos (…) Yo no veo que eso arregle nada.” “¿Se logrará la paz enjuiciando a culpables de crímenes de hace 30 años? Yo no lo creo”.

Para ellos transcribo la carta que un psicólogo guatemalteco dirige a una común amiga. Omito sus nombres, ustedes comprenderán.

“Gracias, amiga, por tus dudas y preguntas. Planteas un tema complejo, y ante la complejidad no hay respuestas simples como a veces la mente quisiera; porque un cosa es la mente individual, que debe dirimir un problema que le atañe solo a ella como individuo (por ejemplo, en mi caso, si seguía o no guardando odio eterno contra quien asesinó a mi padre por una venganza personal cuando yo tenía 14 años), o si es un asunto que atañe a todo un pueblo, donde no está en juego un problema personal, sino una voluntad de exterminio de poblaciones civiles (bajo las justificaciones que sea, que nunca fueron válidas), lo que significó un agujero en la historia del país, nunca reconocido ni punido; lo que ha hecho que en la conciencia de la gente con un mínimo sentido de dignidad, la cicatriz siga abierta, porque mientras no les cercenen la memoria, el sentimiento de una gran injusticia, de una negación innoble y absurda, seguirá palpitando por los siglos de los siglos.

Una cosa son los fenómenos de la psicología individual, y otra los de la psicología social; cada uno de ellos tiene su propia lógica, que no son equivalentes ni comparables, aunque tengan lugares y temas de cruzamiento. Tratándose del genocida Ríos Montt, hay un gran problema: nunca se hizo justicia por los crímenes que cometió. Fue blanqueado. Hubo un juicio, una condena, y luego una absurda y vergonzosa anulación de la condena por la Corte Constitucional, permitiéndole al genocida, “por razones de salud”, ir a recibir todas las atenciones a su casa. Imaginémonos que, en los juicios de Nuremberg contra los nazis que orquestaron el genocidio judío, de pronto una corte hubiera anulado las condenas y enviado a su casita a los malhechores. ¿Con qué sentimiento de tomadura de pelo se habría quedado el mundo? El tema seguiría hasta el día de hoy, candente, como todavía lo sigue en España -a pesar de la supuesta ruptura radical con el franquismo- porque jamás se quiso hacer justicia y condenar, así sea simbólicamente, a los hacedores.

Y no se trata de ensañarse contra un cadáver, se trata de entender lo que ese cadáver simboliza: el oprobio, el cinismo, la indiferencia, la crueldad de un ser humano que perdió todo sentido de humanidad hacia las personas y hacia su pueblo. A un asesino individual le pueden caer muchos años de prisión, a ese asesino de masas, no solo no le cae ninguno, sino se hace todo lo necesario, estatalmente, socialmente, ideológicamente, para convertirlo en héroe, y hacernos entender que el haber sido uno de los mayores asesinos que ha conocido la historia del país, merece el respeto que él nunca tuvo hacia las personas que mandó matar.

La situación es simple: en Guatemala nunca ha habido un verdadero ritual de resarcimiento colectivo, toda la maquinaria ideológica de la gente más conservadora repite la misma consigna: “olvido, olvido, hay que olvidar, la vida sigue”, sin tener la capacidad, ni la inteligencia, ni la voluntad de comprender que mientras no se haga justicia, mientras no se cumpla la justicia, mientras el Estado no retorne a manos de la gente que sufrió injustamente el odio de sus dirigentes y cómplices, nadie va a olvidar, el recuerdo del oprobio seguirá conquistando jóvenes y alimentado el odio. Claro que con odios no avanzamos. Pero para que una sociedad se reconcilie a sí misma se requieren muchas agallas, mucha voluntad política, muchos juicios pendientes, y hacer una limpia que a lo mejor es imposible, además de ir construyendo una sociedad más justa y eficaz, y por eso nos quedaremos así atascados, por mucho tiempo todavía”.

Aprendamos alguna vez por experiencia ajena.