El sicólogo F. Morelli, nos regala esta reflexión sobre el Covid 19: “Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibrio a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan qué pensar... En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando... En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquellos a los que no se les permite cruzar la frontera, aquellos que transmiten enfermedades. Aun no teniendo ninguna culpa, aun siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.

El Coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia. En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el (no) espacio virtual, de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado? En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros”.

Importante destacar de esta reflexión la corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos. Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y empecemos a pensar qué podemos aprender de todo ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos.

Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya está bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar esta epidemia. Desde Lombardía, Italia, me llegó esta bella reflexión que no puedo dejar de compartir: Vivo en Como, en la zona donde el Coronavirus, llegó sin que nadie lo creyera... pero, con tantos chinos pasando por el norte de Italia, ¡ya lo esperábamos! Escuelas gimnasios, bares, negocios, iglesias, teatros y tantos más cerrados; y nosotros saliendo de la casa solamente para lo estrictamente necesario. Es una situación extraña que nos lleva a revaluar algunas cosas. En esta hora, tener un auto lindo, una cartera cara, ropas maravillosas, lujos ¿sirven para qué? La ÚNICA cosa que pasa a importar y que se pide a DIOS, es la SALUD. En verdad, gastamos tiempo pidiendo a DIOS cosas que no nos sirven para nada, no valorizamos lo que realmente es valioso y necesario.

Ahora que estamos en casa, inventamos juegos; los almuerzos y cenas se vuelven largos y llenos de charlas entre nosotros, nos reímos y lloramos juntos de los problemas y cuidamos uno del otro. Nadie tiene donde ir, o cosas para hacer. La falta de tiempo ¡SE ACABÓ! Estamos encerrados en casa y “presos” por causa del tal VIRUS, sin pensar que nos ha hecho un gran favor, a pesar de todo. Nos ha librado de la arrogancia. Hemos comprendido: que no somos nada y no tenemos control de nada. Nos libra de la ENVIDIA, porque entendemos que no sirve para nada. Nos muestra nuestra vulnerabilidad, nos muestra el camino de vuelta a DIOS. En fin, nos ayuda a percibir nuestra prisión individual que antes teníamos, con la excusa de la tal falta de tiempo para todo, aumenta nuestros sentimientos para la familia y amigos, nos LIBERA. Nos deja LIBRES para tener miedo, para sentirnos impotentes, para no correr atrás de nada... Al final, el único trabajo que tenemos o la única lección que hoy día tenemos, es la de intentar no enfermarnos... Y muy importante, nos permite reencontrarnos con nuestros amados, aquellos con quienes vivimos en la misma casa, amamos, pero muchas veces ni nos hablamos como deberíamos porque siempre estamos pendientes del uso de la tecnología. NUESTRA FAMILIA es hoy con quienes podemos conversar del día a día. Y por fin, y lo más importante, nos hace volvernos a DIOS. Al final, delante de nuestra vulnerabilidad, es ÉL y solamente ÉL, quien puede protegernos. Este virus puede matarnos, pero al final de todo, nos está enseñando a VIVIR nuevamente.