Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma, decía Cicerón. Sin alma, son aquellos pueblos que no conocen su pasado. “Mi vestido de novia” es el relato personal de una de las mujeres que yo más quiero. Es el testimonio de mi hermana acerca de la guerra fratricida que nuestro país vivió en los 80’s, nuestra guerra civil. Testimonio íntimo y privado, compartido solamente con su familia. Una época, que al menos a mí, me marco para siempre. Los que vivimos en carne propia esa guerra, conocimos sobre vulnerabilidad, injusticia e impotencia ante el poder del Estado, ante sus fuerzas de represión. Por ello, cuando respiramos vientos de autoritarismo y falta de transparencia, recordamos el pasado y resistimos. Nos resistimos a volver a nuestros mil años de medievo.

Estuvimos en el oscurantismo, en nuestra propia edad media, durante muchos años. Época en donde los libros y el intelecto eran prohibidos. Nuestra “imprenta”, que nos traería nuevos conocimientos y luz, pensamos serían los Acuerdos de Paz. Era, por lo menos así lo pensé, nuestro propio renacimiento como nación y sociedad. Cuan equivocados estábamos. Parece que nuestro camino no fue del todo lineal, sino más bien circular.

Ahora nos hablan de ideas nuevas. Se nos pide que olvidemos. Que odiemos y masacremos nuestra historia, nuestro pasado. Sin embargo, olvidan que, para comprender nuestro presente, tenemos que recordar nuestro pasado. Sin él, no podremos construir un futuro. La nueva generación de políticos, encauzados a liderar el poder legislativo en un futuro cercano, muchos de ellos, sino la mayoría, no conocieron esa época oscura de nuestra patria, por ello, no recuerdan la violencia política que vivió nuestro pueblo. La ignorancia de la historia, muchas veces se convierte en la principal razón de repetir los mismos errores, y llevarnos por una vereda hacia pasajes oscuros y dolientes, donde el hombre se olvida de la palabra, volcándose en la violencia.

Nuestro país ha entrado en una situación de ‘nosotros contra ellos’. Lo siento y leo en las redes sociales y demás medios de comunicación. La mayoría de nuestra población ha aprendido a estereotipar a ‘ellos’ como grupo: activistas de izquierda o derecha, negadores del clima, políticos, periodistas y otros. Denunciamos sus valores y los despreciamos. Nuestra sociedad está generando un ciclo de critica destructiva, que podría tardarse décadas en resolverse. Los investigadores denominan a este fenómeno “sesgo de confirmación”. El sesgo de confirmación es nuestra tendencia a seleccionar la información que confirma nuestras creencias o ideas. El sesgo de confirmación explica por qué dos personas con puntos de vista opuestos sobre un tema pueden ver las mismas pruebas y sentirse validadas por ellas.

Este sesgo cognitivo es más pronunciado en el caso de opiniones arraigadas, ideológicas o cargadas de emoción. Francis Bacon decía: “El entendimiento humano, una vez adoptada una opinión, atrae todo lo demás para apoyarla y estar de acuerdo con ella. Y aunque haya un mayor número y peso de casos que se encuentren en el otro lado, sin embargo, éstos o bien los descuida y desprecia, o bien por alguna distinción los deja de lado y los rechaza”. El sesgo de confirmación nubla nuestro juicio. Nos da una visión sesgada de la información, incluso cuando ésta consiste sólo en cifras numéricas. Hace unos días, compartí en Twitter, unas estadísticas de la Universidad Oxford, sobre el estado de vacunación en nuestro país. Ante las cifras, Humberto V. reacciono: “Pues esos países recibieron las vacunas antes que El Salvador, lo importante es que ya se está vacunando al pueblo salvadoreño, y eso les arde HDLGP”.

Obviamente, una serie de números se interpretaron como un ataque frontal contra una idea preconcebida, que afectaba las creencias de Humberto. Comprender esto no puede dejar de transformar la visión del mundo de una persona, o, mejor dicho, nuestra perspectiva sobre él. Lewis Carroll afirmó que “somos lo que creemos que somos”, pero parece que el mundo también es lo que creemos que es.

Ojalá y esta nueva asamblea legislativa, predique con el ejemplo y logre llevarnos a un “nosotros” y se constituya en nuestro almanaque de Zacuto que nos guie en nuestra navegación hacia un renacido El Salvador.