A lo largo de los años, las políticas públicas para el desarrollo han priorizado los avances en la esfera económica, basadas en la falacia de que primero la economía tiene que crecer, para que luego los beneficios rebalsen entre la población, y después, solo si alguien lo recuerda, hay que considerar que las actividades económicas pueden generar algún tipo de impacto en el ambiente. Ese muy mal cuento ha sido comprado por los Estados alrededor del mundo y ha provocado que actualmente nos enfrentemos a altos niveles de degradación ambiental y sobreexplotación de recursos naturales que provocan problemas ambientales globales como el cambio climático, el cual constituye el obstáculo más grande para erradicar la pobreza y avanzar en el proceso de desarrollo sostenible.

Esta semana, en el marco de la 74ª Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebra en Nueva York, los líderes políticos del mundo se han reunido para debatir, una vez más sobre cuestiones de interés mundial, una de estas cuestiones es el cambio climático. Que el cambio climático esté en el centro de las discusiones mundiales debería ser señal de esperanza, de que finalmente los países están tomando el tema con seriedad y que las futuras generaciones no pagarán los costos de nuestra incapacidad para resolver esta problemática. Sin embargo, esta discusión se ve ensombrecida cuando personas como Trump y Bolsonaro, presidentes de dos países claves en la lucha contra el cambio climático, hacen gala de su ignorancia, y descaradamente desprecian décadas de investigación científica, niegan la existencia del cambio climático y sus impactos en el bienestar de las personas, e incluso llegan a menospreciar las luchas por la defensa del territorio por parte de los pueblos originarios. Estos personajes provocan un serio cuestionamiento sobre el conocimiento, capacidad y voluntad de las personas que ocupan cargos en las presidencias, ministerios y demás entidades públicas vinculadas a la protección del medio ambiente y a la gestión sostenible de los recursos naturales. Afortunadamente, en la discusión también se han hecho presentes voces que llenan de esperanza, voces nuevas, de jóvenes como Greta Thunberg, Bruno Rodríguez y Komal Karishma Kumar quienes, con base en evidencia científica, reconocen que su futuro y el de las próximas generaciones depende de lo que hagamos ahora para enfrentar el cambio climático. A pesar de su juventud, tienen argumentos suficientes para señalar la insuficiencia de las acciones que, hasta la fecha, los Estados han implementado para cambiar la trayectoria de los incrementos en la temperatura mundial y adaptarse al cambio climático. Ojalá los gobernantes le presten atención a estas voces y aprendan de su sensatez y coherencia.

Ahora bien, ¿los discursos en Naciones Unidas son suficientes? definitivamente no; más allá de las palabras bonitas y de las metas ambiciosas, es necesario que la voluntad política de la que hablan los discursos, se traduzca en políticas públicas nacionales de mitigación y adaptación frente al cambio climático, y por política pública no me refiero a proyectos de promoción de deportes acuáticos para reactivar la economía de las zonas costeras de un país. Si a nivel nacional esta problemática se sigue postergando, elementos básicos para la vida de las personas, como el acceso al agua y la producción de alimentos, podrían verse afectados de manera irremediable.

Esto es particularmente relevante para un país como El Salvador, que si bien, a nivel mundial no es un emisor significativo de Gases de Efecto Invernadero, sí se encuentra entre las naciones más vulnerables ante el cambio climático, por lo que además de impulsar medidas de mitigación, debe contar con una estrategia realista y viable de adaptación. Es impostergable que en nuestro país se empiecen a resolver preguntas claves: ¿Cómo vamos a transformar nuestra matriz energética?, ¿cuándo transformaremos nuestro sistema de transporte público? ¿cómo avanzamos hacia la descarbonización de la economía?, ¿cómo recuperamos nuestros ecosistemas?,¿cuáles son las metas de reforestación nacional y cómo se cumplirán?, ¿el ordenamiento territorial por fin será abordado?, ¿cómo empezamos a gestionar el riesgo climático?, seguramente hay muchas más preguntas por responder, pero una que no podemos olvidar es ¿el presupuesto público de los próximos años destinará los recursos suficientes para que El Salvador enfrente el cambio climático? La respuesta a esta última interrogante determinará si los compromisos con el futuro del país y el planeta van más allá de las palabras.