Aquel visitante que llegue por estos días a París inevitablemente sentirá, tarde o temprano, un impulso de amor o de odio por esta ciudad que es considerada la urbe que más turistas recibe en todo el mundo.

Sin duda la amarán aquellos apasionados del deporte -y me incluyo- que se desplazaron aquí para ser testigos presenciales de los Juegos Olímpicos y observar en vivo a una constelación de estrellas en tan pocos metros cuadrados. Los tenistas Djokovic, Alcaraz y Nadal por un lado, los basquetbolistas Stephen Curry y LeBron James por allá, la gimnasta Simone Biles a un par de kilómetros, y no muy lejos el fondista Eliud Kipchoge, la nadadora Katie Ledecky, un futbolista campeón del mundo como Julián Álvarez y una ganadora del balón de Oro como Aitana Bonmatí, por mencionar a algunos. Para ellos -para nosotros-, el paraíso en la tierra tiene nombre y apellido: se llama París 2024.

Para otros, probablemente esos despistados que planearon sus vacaciones en París la última semana de julio o la primera de agosto sin saber que aquí se iban a desarrollar unos Juegos Olímpicos, están viviendo un verdadero infierno. La clásica foto con la Torre Eiffel de fondo hay que tomarla desde lejos, ya que la zona de Plaza del Trocadero, de donde se captan las mejores vistas, es parte de las sedes de los Juegos. No se puede subir a la Torre, no se puede caminar por debajo ni relajarse en la grama de sus jardines con sus vistas espectaculares.

Lo mismo aplica a otros puntos icónicos de París, como algunos tramos de los Campos Elíseos, Campo de Marte o el mismísimo Palacio de Versalles, en donde se desarrollan las competiciones de equitación y pentatlón moderno. Acceso prohibido, a menos que uno tenga entradas, pero precisamente esas sedes son la de alta demanda y ya no quedan boletos.

Al margen de eso, que lo padecen los turistas, hay algo por lo que también sufren los parisinos. Calles cortadas, cercos policiales, amenazas constantes de bombas, estaciones de metro fuera de servicio por estar muy próximas a los escenarios de deportivos, sirenas rabiosas que no dejan dormir... todo un cóctel que irrita a los franceses y que los vuelve menos amigables de lo poco amigables que normalmente son, aunque hay excepciones, claro... Es más, muchos parisinos optaron por irse de vacaciones esas semanas y evitar ese caos.

El Museo de Louvre, cerrrado y cercado por la policía. / Claudio Martínez
El Museo de Louvre, cerrrado y cercado por la policía. / Claudio Martínez



Como si fuera poco, los precios se han ido por las nubes. Es imposible conseguir un hotel, por más modesto que sea, por menos de 350 euros la noche. Un apartamento en Airbnb no baja de los 700 euros por día. Y ni hablar del transporte, donde un viaje en metro -de excelente servicio, por cierto- pasó de costar de 2.10 euros a los 4. Es decir, un simple viaje cuesta $4.46 al cambio de hoy.

Este periodista, que se desvive por el deporte y es apasionado hasta límites insospechados, ama esta versión olímpica de París, aún cara y caótica se la disfruta, incluso con sus daños colaterales, como tener que pagar 5 euros por una botella de agua o más de 11 por un café con un par de croissants. Se entiende, también, a aquellos turistas que eligieron el peor momento para visitar una de las ciudades más bellas del mundo. El lugar correcto, pero el día equivocado. Es que eso pasa a veces, el infierno está en el paraíso. O viceversa.